- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino
En la semana pasada hemos meditado sobre el primer envío misionero que Jesús hizo a sus apóstoles. Hoy el evangelio nos cuenta el retorno de estos discípulos. Ellos vienen a Jesús llenos de novedades. Y Lucas nos dice que ellos se sentían felices cuando retornaron (Lc 10, 17).
Como vemos, el hecho de haber ido a la misión les ayudaba a un mejor diálogo con Jesús. Seguramente a causa de las experiencias que ellos habían hecho, Jesús pudo profundizar muchas cosas con ellos, que de otro modo habrían sido solamente explicaciones teóricas. La experiencia misionera les dio a los discípulos un nuevo vigor, nuevas ganas para crecer en el encuentro con el Señor. De nuevo este evangelio nos hace insistir en la importancia de compartir nuestra fe. De ser misioneros en primer lugar en nuestros ambientes (trabajo, escuela, vecinos, grupos de amigos...) y, cuando sea posible, también en otros ambientes donde vamos exclusivamente para evangelizar.
En la Iglesia de Cristo nadie debe solo recibir, todos están invitados a compartir de lo que ya tienen.
Infelizmente estamos muy acostumbrados a la pasividad. Queremos ser cristianos pasivos. Queremos ser solo espectadores. Queremos solo recibir. Pensamos que, para ser un evangelizador, un misionero, se tiene que ser una persona especial, o que esto sea cosa solo para los sacerdotes y las monjas. Pero no es así. Toda la Iglesia es misionera. Todos los miembros de este cuerpo estamos llamados al trabajo apostólico. Todos los que recibieron la buena noticia tienen que pasarla adelante, tienen que anunciarla. Quien esconde este tesoro, lo pierde. Quien lo regala, lo ve multiplicar. Pero el evangelio de hoy nos da la ocasión de decir una palabrita sobre el descanso.
Después de la misión, Jesús invitó a los discípulos a descansar. El descanso es una parte de la ley de Dios. Él sirve para renovar nuestras fuerzas y nuestras energías. También los obreros del reino tienen el deber de reposar. Los hebreos, con las reglas muy duras sobre el reposo de sábado, sabían que este precepto era muy importante hasta mismo para la espiritualidad, pues les hacía entender que aun cuando paran, el mundo va adelante, pues no somos nosotros los que movemos el mundo, sino Dios, que es Señor de todas las cosas. Muchas veces nuestro activismo nos hace creer que somos nosotros los imprescindibles. Corremos como locos, creyendo que, sin nosotros, el mundo se termina. Pero esto no pasa de una tonta ilusión. Aunque muramos, el mundo continúa su camino.
Es en la escuela del reposo semanal que aprendemos que solo Dios es necesario. La auténtica espiritualidad cristiana exige asumir el descanso como un principio sagrado. Sin dudas, debemos colaborar con todas nuestras fuerzas, debemos dar todo lo que tenemos, pero sin pensar jamás que somos los únicos responsables para que las cosas caminen.
Debemos recuperar el domingo como día del Señor, día de oración y de descanso; día de estar con la familia, de participar en la comunidad; día de gastar el tiempo con la vida, con la amistad, con algún paseo, con la contemplación de alguna belleza. Quien nunca descansa, aunque esté haciendo solo cosas buenas, aun no entendió quién es el verdadero motor de la espiritualidad cristiana y puede estar siendo víctima de sí mismo. Aún no entregó el timón a Jesús. El Señor nos envía a la misión, pero nos alerta que hace parte de esta también el sagrado descanso.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.