- Por Fernando Lottenberg (*)
Hoy 18 de julio se cumplen 30 años del atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en Buenos Aires, que causó 85 muertos y más de 300 heridos.
Dos años antes, un atentado contra la Embajada de Israel, también en la capital argentina, mató a 30 personas y dejó más de 240 heridos. En ambos atentados fueron evidentes las huellas del Gobierno iraní, sus aliados de la Yihad Islámica y Hezbollá, posiblemente con la colaboración de agentes locales.
La semana pasada, el Gobierno argentino incluyó a Hamás en su lista de organizaciones terroristas reconocidas.
El atentado que voló la sede de la AMIA hirió profundamente a la mayor comunidad judía de Latinoamérica, pero también pretendía bloquear el intento del Gobierno argentino de integrarse definitivamente en el concierto internacional de naciones consolidando la democracia.
El atentado también dejó claro que el monstruo del antisemitismo está mucho más cerca de lo que imaginábamos. Y ese monstruo ha crecido enormemente desde los ataques de Hamás que masacraron a más de mil personas en el sur de Israel el 7 de octubre de 2023, y el posterior contraataque israelí en Gaza.
El antisemitismo se ha hecho más público, impregnando todas las orientaciones políticas, y personas, organizaciones y gobiernos se sienten libres de expresarlo libremente.
Una encuesta reciente realizada por la Confederación Israelita de Brasil (Conib) y la Federación Israelita del Estado de San Pablo (Fisesp) muestra que, entre el 1 de octubre y el 31 de diciembre de 2023, se registraron 1.119 denuncias de antisemitismo en el país vecino, un aumento de casi el 800 por ciento con respecto al mismo periodo de 2022. La mayoría de los incidentes se concentran en las redes sociales.
Combatir el antisemitismo es fundamental no solo para la defensa de los derechos de las comunidades judías, sino sobre todo para el mantenimiento de la democracia en nuestro continente y en el mundo. En la Europa de los siglos XVIII y XIX, garantizar plenos derechos a los judíos y a otras minorías fue un paso esencial para solidificar las sociedades democráticas. Por otra parte, los ataques contra las comunidades judías, dondequiera que se produzcan, son un paso contra las libertades democráticas de toda la población. Es imposible no recordar la célebre cita del pastor protestante antinazi Martin Niemöller: primero se llevan a los judíos, luego a los opositores políticos y religiosos... Si la sociedad no se moviliza, las víctimas se irán sumando hasta que no quede nadie para defenderlas.
No es casualidad que organismos como la Organización de Estados Americanos (OEA), la Comisión Europea y gobiernos como el de Estados Unidos, Argentina y Canadá hayan creado comisariados de lucha contra el antisemitismo.
Una de las prioridades de este grupo de comisionados ha sido convencer al mayor número posible de países para que adopten la definición de antisemitismo de la Asociación Internacional para la Memoria del Holocausto (IHRA).
La definición, adoptada ya por unos 40 países, afirma que “el antisemitismo es una percepción particular que puede expresarse como odio hacia los judíos. Las manifestaciones retóricas y físicas del antisemitismo se dirigen contra individuos judíos y/o sus propiedades, contra instituciones comunales judías e instalaciones religiosas”.
Otra tarea central de los comisarios contra el antisemitismo es promover el diálogo y llevar la información y la educación a las sociedades y especialmente a los jóvenes. Es necesario convencer a organizaciones, partidos políticos, gobiernos e individuos de la necesidad de formar un frente amplio contra el avance del odio racial, religioso y por orientación sexual.
La diversidad es nuestra mayor fuerza como sociedad continental. No podemos permitir que el odio y la intolerancia contaminen nuestra convivencia, que debe estar libre de miedo y no dar cabida a ninguna discriminación. Esta será la gran derrota de los responsables del atentado contra AMIA.
(*) Comisionado de la OEA para el monitoreo y la lucha contra el antisemitismo.