• Por Víctor Pavón

El filósofo moral y padre de la economía moderna, Adam Smith, dijo que la retórica interesada de los grupos que defienden sus intereses enturbian el correcto entendimiento de la razón humana al punto que los demás tienen que tomarse el trabajo de explicar lo obvio.

Este es el caso que hoy tenemos con relación al proyecto de ley sobre las organizaciones no gubernamentales (ONG) para su transparencia y rendición de cuentas, aprobado en el Senado y que ahora pasó a Diputados para su tratamiento.

Un proyecto, por cierto, expuesto y debatido con los rigores de la democracia participativa y pluralista. No obstante, representantes de las oenegés en vez de intercambiar opiniones iniciaron una campaña para desacreditar la intención de la ley enturbiando el entendimiento de la opinión pública.

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La contra propuesta no fue debatir sobre lo que se pretendía, sino desacreditar a los proyectistas para hacerlos notar como parte de un grupo político para granjearse la simpatía de los que no son adeptos del sector del cual emergió el proyecto de ley.

Dicen que se está ante el retorno de una nueva dictadura. Que se pretende acallar las voces de los que “luchan” por la transparencia y la rendición de cuentas. El objetivo de los estrategas comunicacionales contrarios al proyecto de ley sobre las oenegés es concluir que son ellos los más indicados y únicos para hablar de transparencia y de rendición de cuentas, los custodios de la verdad y la moralidad ciudadana.

Todavía más, sus poderíos comunicacionales con sus voceros se dedican a difundir y articular la cantinela de democracia vs. dictadura, por aquí los buenos por allá los malos ( desde luego ellos los demócratas y buenos) hasta apelar a la falacia de autoridad. Esta falacia es muy común para desacreditar al oponente y se la conoce igualmente como argumento de autoridad por el cual si lo dice alguien por su prestigio, título o cargo, entonces es verdad y los que se oponen se equivocan y deben callarse. El apoyo de la ONU a las oenegés tiene ese propósito.

Por este motivo, el argumento de autoridad también es conocido como falacia ad verecundiam o magister dixit, frase en latín que significa “lo que dijo el maestro”, muy usada por cierto en la Edad Media para terminar con cualquier crítica o búsqueda de la verdad.

La falacia de autoridad niega el uso de la razón y del debate. Es autoritario y peligroso en una sociedad donde nuestros derechos individuales a la vida, la libertad y la propiedad deben ser garantizados de la omnipotencia gubernamental.

Pero ¿ qué pasa cuando las oenegés pretenden involucrarse en los temas de competencia del Gobierno? Lo pueden hacer sin que ello implique negar su autonomía privada, solo que cuando pretendan políticas públicas entonces deben mostrar ante propios y extraños sobre los fondos que reciban, qué y quiénes desde el país o del extranjero son los que desean que sus pretensiones se conviertan en obligatorias para todos los paraguayos.

La transparencia y la rendición de cuentas son temas de fondo consustanciales al Estado de derecho o es que ¿solo basta declamar para afuera exigiendo a otros sin estar sujeto uno mismo a esas condiciones?

(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”; “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la libertad y la República”.

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