EL PODER DE LA CONCIENCIA

Fue un día como cualquier otro cuando surgió esta historia. Estaban en el gallinero de la granja, la madre tratando de alimentar a las gallinas para que dieran muchos huevos, mientras el niño de 8 años hacía bulla e inconscientemente correteaba a las aves con alegría desmedida.

Una y otra vez la madre le pedía al hijo que dejara de jugar, pero el chico estaba feliz y no se daba cuenta del alboroto que estaba produciendo.

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Fue entonces que desde el pórtico de la casa llegó el vozarrón. El niño se detuvo al instante. Era el padre que lo estaba viendo y lo llamaba, así que presuroso acudió a la orden.

Se acercó a su padre y este, con un gesto, le indicó que se sentara a su lado. El niño obedeció en silencio. Por lo que hubiere lugar, el pequeño lo miró con cara inocente puesto que esperaba que lo regañara. Pero no. Con voz suave y paciente, dijo:

“Ya te vas convirtiendo en un hombre y tenés que comenzar a trabajar. La vida no es solo juegos, también responsabilidades. Así que es necesario que sepas que en el mundo existen tres clases de trabajadores”.

“Están los haraganes, que no quieren trabajar y viven a costa de los demás. No se dan cuenta, pero ese arte a veces es más duro que trabajar honestamente. En segundo lugar, están los que quieren trabajar, les gusta y se sienten bien trabajando. Unos piensan que son tontos, pero ellos piensan que es lo correcto y se desloman desde que sale el sol”.

“Si querés ser un haragán, está bien, es tu decisión; si te gusta trabajar, qué felicidad. Pero nunca te conviertas en la tercera clase de trabajador, que es la que molesta al que trabaja”.

El niño alzó la vista y vio a la madre que ya estaba moliendo el maíz para el almuerzo… y entendió lo que le había dicho su padre.

Pasaron más de 50 años de esta lección, pero el niño convertido en adulto la recuerda. Y piensa que su padre estaba equivocado. Él había encontrado más clases de personas.

La cuarta era la de los trabajadores tóxicos, que muestran un rostro resplandeciente a los jefes y están primeros para figurar, pero que se la pasan hablando mal de sus compañeros para quedar él como el mejor ante la vista de sus superiores. Son peligrosos porque contaminan el ambiente laboral sembrando cizaña.

La quinta clase hoy son conocidos como vendehúmos. Son personas muy locuaces, habladoras, simpáticas, que siempre tienen ideas brillantes, pero que no sirven nada más que para mantenerlas en sus puestos.

La sexta clase son los trabajadores esclavos, que viven ocultos en su trabajo y pierden a su familia, amigos, la salud y la vida misma. En contrapartida, están los que marcan su tarjeta de entrada y salen fuera del sitio laboral para asuntos más placenteros.

La octava clase son los que creen que son insustituibles. Son los que trabajan en el mismo lugar durante demasiado tiempo y les place ordenar. En realidad, estas personas sienten pánico solo de pensar que podrían cambiar de puesto o de lugar de trabajo.

Hace dos días, nada menos que en la cumbre de la OTAN, un viejito de 81 años, que quizás debería estar jugando con sus nietos o preocupado en aspectos más trascendentes de esta etapa de su vida, saludó al presidente de Ucrania como “presidente Putin”.

Dicen que fue memorable ver el gesto de incredulidad en el rostro de Zelenski cuando lo nombraron como a su archienemigo. Al darse cuenta de su error, el viejo hizo una gracia para intentar quedar bien, pero era tarde.

Tiene 81 años, quiere ser reelecto, impulsa una gran industria de muerte en varias zonas del planeta como Ucrania o Gaza. Y lo peor, este viejito puede apretar el botón rojo.

Sería un buen ejercicio analizar en qué categoría de trabajadores estamos o si podemos, descubrir otras nuevas clases.

Etiquetas: #La lección

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