En la comunicación política y la gubernamental existe la pertinencia, conveniencia y el sentido de oportunidad. Esto se maximiza a la hora de declaraciones de políticos o autoridades. El núcleo discursivo y las correspondientes líneas discursivas son la forma en que el político logra su posicionamiento o en caso de ser necesario, su reposicionamiento. Por eso, es vital que sepa manejar sus intervenciones, declaraciones y la escenificación de apariciones públicas. Se debe poder evaluar distintos escenarios que podrían resultar de sus declaraciones.

Imaginando, según las circunstancias, los efectos que podrían producir. En 1.er lugar, con respecto a sí mismo: hablar demasiado puede crear una imagen negativa (habla mucho, pero no hace gran cosa; es bueno declarando, pero sin coherencia con gestión, prometer y no sostener; declaraciones estruendosas, pero sin tener el poder real de hacer algo concreto).

“Charlatán”, “mentiroso”, “impotente”, es dejarle servido a un enemigo, si es que el mismo es hábil, entrenado y bien asesorado. Pero no hablar, o hablar demasiado poco es correr el riesgo de hacerlo desaparecer de la escena política o hacer que se le atribuya una imagen de impotencia: justificar el silencio con el “se trabaja de manera eficaz en el silencio de los equipos y no es necesario perderse en declaraciones” no siempre da buen resultado con la población que necesita certezas que tranquilicen.

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Ahora, con respecto al enemigo: replicar inmediatamente las declaraciones de quién busca confrontar, para no dejarle el terreno libre a los adversarios, no dejar pasar ninguna de sus críticas, puede (bien asesorado) ser una ventaja y dejar sentada una imagen positiva de “luchador”, de alguien que defiende sus valores. Pero también negativa del político que se deje llevar por polémicas estériles de la politiquería y que no da muestras de amplitud en la mirada; pero no replicar, dejarle al otro el campo de debate libre para que ejerza su discurso crítico sin límites, es asumir el riesgo de dar muestras de sumisión. Finalmente, para la política no hay recetas fabricadas. Cada político y las circunstancias que lo rodean son muy específicas en tiempo, conveniencia, fondo, forma y tonos. Contrate a un profesional y déjelo trabajar.

Hay que derribar esa perimida creencia popular, más digna de chamanes o de lectoras de cartas de tarot, que dice que una persona en funciones debe sí o sí declarar. Eso es mentira. Se declara cuando sea útil, conveniente y oportuno. Todo lo demás es hipocresía. La política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, se hace desde la frialdad del análisis y con la pasión a la hora de la ejecución.


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