Para entender que no debe meter el dedo en el enchufe, desgraciadamente la mayoría de las veces las personas primero reciben “la patada” y solo después se cuidan de no volver a cometer el mismo error.
Aunque dolorosa, la lección es tan valiosa que no solo le servirá por el resto de su vida, sino que además intentará transmitirla a sus seres queridos para protegerlos en el futuro. Fue de esa manera que los clanes de la edad de piedra evolucionaron y de ser sus integrantes meros recolectores y cazadores, con el tiempo se convirtieron en agricultores, luego en industriales, y luego seres tecnológicos que pueden viajar por el espacio.
Esa lección, esa experiencia, permite al hombre darse cuenta de qué es mejor y cambiar sus hábitos para hacer de la sociedad un conjunto de individuos más felices y prósperos. Es tan vital que si no ocurriera ese despertar, los humanos seguirían escondidos en cavernas con palos y lanzas con punta de piedras.
El secreto es darse cuenta. Es hacer clic, es como una chispa en la oscuridad que en una décima de segundo ilumina la razón para que se produzca la luz y con ella el cambio.
La sociedad paraguaya sufre de esa falta de experiencia que podría elevarla, por eso es importante reflexionar sobre lo que se puede mejorar.
La semana pasada, por ejemplo, presentábamos el calvario que deben padecer los asegurados de IPS para conseguir un turno a través del call center, en el que la respuesta habitual es “llame de nuevo mañana desde las 7:00″. ¿A quién debería hacerle el clic para que el servicio por el que se paga sea eficiente? Miles de pacientes que necesitan atención médica quedan frustrados porque no consiguen turno o deben recurrir al sector privado para encontrar una solución, produciéndoles perjuicio económico.
Ir hasta el hospital no es una opción mucho mejor. La semana pasada fui testigo de cómo los que atendían en las ventanillas repetían una y otra vez la misma frase: ”Tenemos turno para agosto”. ¡Para agosto, faltando más de un mes! Los asegurados, después de madrugar, después de gastar en pasaje, combustible o Bolt, se encuentran ante la pared insensible de personas que fingen interés detrás de un vidrio. Con “pesar” explican que solo hay dos turnos o que el médico atiende hasta las 10:00 o que solo hay dos especialistas (fueron las razones expuestas el día que fui a IPS).
A ninguno de esos funcionarios les hizo clic para entender que lo que estaban haciendo está mal. Van “a trabajar” y repiten las mismas excusas día tras día y los pacientes regresan a su casa desilusionados. Esos funcionarios nos atan a su límite mental porque a ninguno se le pasa por la cabeza entender que lo que hacen es un perjuicio enorme a todos los que les pagan el sueldo.
Ese es un ejemplo. Otro caso igual pudo apreciarse el 30 de junio con el vencimiento de las habilitaciones. Es inaceptable ver filas y filas de conductores que son tratados como ganado y que pierden toda una mañana para gestionar un simple permiso. Menos en esta época en la que cualquiera pide una tarjeta de crédito y la recibe por courrier. ¿Por qué tanto límite mental por parte de los funcionarios municipales? Solo son nuestros empleados.
Antes de finalizar esta reflexión, no estaría mal recordar las palabras del presidente Santiago Peña en su informe dado el lunes ante el Congreso. Casi al final decía: “Quiero un Paraguay en el que no seamos prisioneros de nuestros propios límites mentales: lo único que impide a nuestro país ser el más grande del mundo muchas veces es nuestra propia mente, somos nosotros mismos, cuando nos autoflagelamos y nos lamentamos de ser mediterráneos o un país pequeño; cuando nos hacemos daño entre hermanos; cuando nos menospreciamos; cuando nos dejamos convencer por los de afuera o los pesimistas de adentro de que no estamos destinados a la grandeza. Cuando dejemos atrás estas ataduras mentales, llegaremos a nuestro verdadero potencial como nación”.
Si nos damos tiempo y pensamos, podemos darnos cuenta de que los paraguayos vivimos prisioneros de esos límites mentales, invisibles, que nacen unos por la ignorancia de los ciudadanos al no darse cuenta y no protestar por lo que no reciben y que les corresponde. Pero también están los límites mentales impuestos porque a algún sector le conviene que nada cambie.