El permanente asedio a la producción agropecuaria se ha venido incrementando en los últimos años en especial en Europa y América Latina. La gente que produce desde el campo está siendo destinataria de políticas cuyo objetivo es ralentizar la producción y la misma vida rural.

Los hechos hablan por sí solos, la reciente rebelión de los granjeros en Europa así como los intentos de aplicar políticas públicas desde oenegés ambientalistas aquí en Latinoamérica.

Los europeos del campo están hartos de las medidas de sus gobiernos que cumplen las directivas de la Unión Europea y esta, a su vez, del Foro Económico Mundial donde el objetivo es imponer trabas, regulaciones y trámites por doquier para que lo rural no sea más que un testimonio de un pasado donde nada se debe tocar para supuestamente conservar el medioambiente.

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A los agricultores los quieren convertir en un rebaño de súbditos donde políticos y burócratas del nuevo orden mundial serán sus amos y señores. Esto sucedió en la época del feudalismo (siglos IX hasta el XII) solo que esta vez hay una diferencia: en aquel lejano tiempo de la historia los señores feudales aún no habían descubierto los subsidios y el cultivo de insectos como forma de proteínas.

Después todo es similar, un grupo de autoritarios reunidos en ampulosas oficinas y salones pagados por los contribuyentes.

Aquí en Paraguay el Reglamento 1115 o el ante proyecto de ley de semillas son alevosos intentos de la izquierda ambientalista cebada con dinero extranjero con oenegés mimetizadas de lo políticamente correcto. Si no fuera por la capacidad de reacción de los gremios privados hace tiempo que la ganadería y la agricultura hubieran sufrido su estocada de muerte.

El ambientalismo es de izquierda porque odia el trabajo, la inversión, la libertad, la propiedad y el mejoramiento de las condiciones de vida de la gente.

Para desgracia y en especial para los países como Paraguay que viene saliendo del subdesarrollo la izquierda ambientalista –y a cuyos miembros no les conviene el progreso individual y familiar– ellos encuentran a su aliado natural en el Estado. Un aliado natural que lo usan como su herramienta dada su naturaleza coercitiva.

Al desear obligar a la gente a hacer algo que no les agrada la izquierda ambientalista necesita de leyes con carácter de políticas publicas, lo cual denota su lacerante estatismo . Detestan la autonomía del hombre libre y ciudadano.

La izquierda ambientalista está en todos lados, medios de prensa, colegios, universidades, partidos políticos y gobiernos. Desde la ONU pasando por sus convenios de cambio climático junto con las oenegés apelan a caballos de Troya con multimillonarios financiamientos. Mediante la coerción proveniente de los Estados no solo van por la producción del campo, sino también por la vida rural donde las tradiciones, costumbres como la creencia en Dios, son una fuerte de contención a sus detestables intenciones.

(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”: “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la libertad y la República”.

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