No hay mejor líder que aquel al que lo mueve la convicción de dejar un legado. Es el paso que lo transforma en estadista. Y hablo de líderes y estadistas porque son lo que precisamos como nación. Esta figura es necesaria porque garantiza el deseo de los mismos de defender los valores y la integridad identitaria de su pueblo. En las últimas elecciones se eligió un modelo de gestión que se propuso en campaña, encarnado por personas que operativicen acciones que busquen otorgar oportunidades de mejorar la calidad de vida de las familias paraguayas.

Este modelo está siendo atacado. Su defensa siempre merece la pena, por muchas que sean las amenazas que reciba. Y al modelo se lo defiende ejerciéndolo de manera frontal, con coraje y sin tibiezas. Ahora bien, esta defensa tiene un precio a pagar, lo cual la vuelve desafiante. Basta revisar la historia para observar cómo a algunos el miedo a plantear cuestiones que pueden ser revolucionarias para su tiempo los ha paralizado y ha sido mayor que su intención de presentar cambios para aquello que no funciona. Gobernar desde la verdad, por ahí pasa.

Ningún proyecto político sincero, valiente y comprometido está exento de las más crueles (y muchas veces incoherentes) críticas. Sino que lo diga Raúl Latorre, quien está siendo bombardeado por grupos corporativos mediáticos apenas propuso el concurso de méritos como la forma más igualitaria para que los jóvenes puedan acceder a cincuenta puestos en la Cámara de Diputados. Lo critican con saña los mismos quienes hace poco decían que el concurso era la vía para el ingreso a la función pública. En el fondo, no se cuestiona el concurso. Es apenas un motivo para atacar el modelo de derecha conservadora que Latorre representa. Se ataca al modelo y los valores republicanos que vienen con el mismo: libertad, familia, vida, patria y soberanía. Poco importa si la idea es buena. Por ser colorado y del movimiento Honor Colorado quien la propone, hay que boicotear la esperanza de la juventud de acceder a un puesto por mérito y esfuerzo propios.

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Del otro lado hay intereses, ambiciones y una agenda preestablecida. Quienes llevamos algún tiempo en este rubro sabemos que cuando se afectan intereses y ambiciones se generan reacciones. Algunas evidentes y externas y otras intrínsecamente subterráneas. En la historia militar y política es un error común caer en lo que se conoce como la falacia de McNamara, que pasa por darle relevancia en demasía a todo cuanto sea cuantificable o mensurable (números, recursos, logística) descartando lo cualitativo: templanza, valor, convicción, inteligencia, astucia, actitud, determinación o creatividad. Ejemplos concretos: si hubiese dependido de una amplia mayoría del ecosistema de medios, Santiago Peña y Pedro Alliana no hubieran ganado las elecciones. Al igual que Horacio Cartes con la presidencia de la Asociación Nacional Republicana.

La política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, pasa por construir un modelo a seguir, proponerlo a puertas abiertas y de manera pública. Y si son reformas que hay que hacer, pues se las lleva a cabo. Así se convierten en legado. Por algo decía Darwin que las especies que sobreviven son las que mejor se adaptan a su tiempo. Las que no, se extinguen o van camino a hacerlo.

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