Su padre fue uno de los políticos noruegos más prominentes y su madre incluso llegó a ser secretaria de Estado. Estudió en la Universidad de Oslo, en el Oslo Waldorf School y en el Oslo Cathedral High School. En 2005 fue primer ministro de Noruega y desde 2014, secretario general de la OTAN. Su nombre es Jens Stoltenberg. Pese a su impresionante hoja de vida, la historia no lo va a recordar con agrado, sino como a un hombre cuya arrogancia y testarudez llevaron a la muerte de miles de personas.
El no conocía el dicho: “Más vale la paz que tener la razón” y esa ignorancia lo llevó a no detener a tiempo el conflicto entre Rusia y Ucrania. Fue manipulado y engañado, a su vez él engañó y mintió. Zelenski le creyó. Es que sus aliados también eran mentirosos y ambiciosos, pero todos ya comenzaron a recibir facturas de sus representados, que nunca quisieron la guerra.
Joe Biden, pese a todos sus esfuerzos por ser reelecto tiene a Donald Trump con mejor perfil para las elecciones de noviembre. El canciller alemán Olaf Scholz es otro al que le fue mal en las urnas ya que sufrió una dura derrota en las recientes elecciones europeas en su país, al igual que a Emmanuel Macron. Este, que era el que más amenazaba con ir a la guerra contra Rusia, ahora tras las elecciones incluso se vio obligado a disolver la Cámara Baja del Parlamento francés y llamar a elecciones anticipadas. Por el momento está más calmado, pero antes ni siquiera había entendido el mensaje cuando el viceprimer ministro italiano, Matteo Salvini, le dijera: “Si quieres ir a la guerra, ponte un casco, un chaleco, y vete a Ucrania, pero no rompas las b… a los italianos”.
El grupito belicoso que tiene en jaque al mundo se completa con los primeros ministros de Reino Unido y Canadá, Rishi Sunak y Justin Trudeau y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; Si no fueran tan peligrosos, hasta serían cómicos, como el inescrutable Stoltenberg, quien en una de sus últimas incongruencias le exigió al ejército ruso que retire todos los misiles Tsirkon (Zircon) de la armada rusa.
Solo a él se le ocurre pedirle a un país que está en plena guerra que no use sus armas, más aún sabiendo que la OTAN y EE. UU. le proveen de armas a Ucrania.
Bueno, tal vez sabe que este misil de crucero hipersónico tiene un alcance de 1.000 km y logra una velocidad nueve veces superior a la del sonido. Pero es raro que no mencionara al misil intercontinental Bulava, capaz de portar hasta diez ojivas nucleares con un alcance de 9.000 km; o el Sarmat (o Satán II), capaz de recorrer 17.000 km con un poder 2.000 veces superior al de la bomba de Hiroshima; o el misil nuclear hipersónico Burevestnik (o Skyfall), cuyo alcance es de entre 10 y 20 mil km; o el Avangard, que puede sortear los sistemas de defensa antimisiles actuales con una velocidad 20 veces la del sonido; o el Poseidón, cuyo alcance es de 10.000 km, o el Onyx; o el Caliber o el Kh-69.
La ignorancia de Stoltenberg es interminable, así como la lista de armas de Rusia. Pero aún queda hablar de la nueva OTAN, que nació hace tres días con la firma del acuerdo de defensa mutua entre Rusia y Corea del Norte, ambas potencias nucleares que tienen líderes diametralmente opuestos. Mientras que Putin es frío y calculador, Kim Jong Un no puede ver un pajarito volando en el cielo porque ordena que le disparen un misil.
Tras la firma, Putin viajó a Vietnam, donde estableció otros acuerdos. Todos recuerdan sus palabras al advertir que enviaría armas a países aliados que fueran hostiles a Rusia y muchos pensaron en Irán, en Siria, incluso en China que acaba de recibir nuevas sanciones comerciales, o en Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Estos acontecimientos propiciaron que ahora EE. UU. enviara un número indeterminado de bombarderos B-1B Lancer (con capacidad nuclear), así como el portaaviones Ronald Reagan, a su base de Guam. Es que desde allí, la distancia a Corea del Norte es de apenas 3.400 km.
El mandato de Stoltenberg en la OTAN fenecerá el 1 de octubre. El recuerdo que deja es lamentable. Tal vez si se pusiera un casco y un chaleco y acompañara a Macron al campo de batalla apreciaría mejor la vida, entendería la desesperación de las madres ucranianas al ver a sus hijos de 18 años reclutados por el ejército. Tal vez, como muchos políticos, debería pensar en el bienestar de sus representados y no en guerras en las que gente inocente pierde la vida.