- Por Felipe Goroso S.
- Columnista político
En la política, la credibilidad de los actores es constantemente puesta en duda con intentos concretos de afectarla o directamente dañarla. Sucede por los hechos que contradicen intenciones declaradas, o bien, por los enemigos que no se privan de nada en su cometido. El político, entonces, se ve llevado a producir un discurso de justificación de sus actos o declaraciones para limpiarse de las críticas o acusaciones que se le dirigen.
Sin embargo, este escenario no es precisamente confortable y el proceso de análisis para una eventual justificación está lejos de ser sencillo. De entrada, el protagonista político que está en el foco de la atención y que se justifica reconoce, por eso mismo, la existencia de la crítica o la acusación –de lo contrario surge la pregunta que siempre hay que hacer: ¿por qué responder?– y, al mismo tiempo, reconoce al adversario que lo critica y con eso el mismo logra el primero de sus objetivos: ser referenciado por su oponente, que lo reconozca como un elemento que afecta su carrera política.
En Paraguay es más común de lo que debería asumir que la justificación es una confesión, una admisión de culpa cuando que en realidad son cosas muy distintas. A la par, hay que decir que lleva a reafirmar la idea de que, efectivamente, se cometió un error, equivocación o falta. Acusado, criticado, el político se encuentra ante un dilema, ya que no justificarse puede hacer que se crea que no hay defensa posible frente a la acusación, pero justificarse deja flotar tras de sí la sombra de la duda o de la incertidumbre. Además, cada una de estas actitudes puede acarrear efectos colaterales o secundarios más o menos positivos: no responder puede producir un efecto de inocencia (no darse por aludido), de sabiduría (no polemizar o mantener una discusión estéril) o, a la inversa, de desprecio (no rebajarse a replicar); justificarse también puede producir un efecto contraproducente de debilidad. Estimado lector, si llegó hasta acá habrá podido ver la multiplicidad de escenarios y futuros posibles. Como le decía más arriba, no es un proceso sencillo.
El discurso de justificación consiste en maniobrar entre la intención y el resultado. Es la contrapartida de la crítica que lo provocó. En efecto, la crítica puede referirse o bien a los motivos que rigieron la acción –entonces el político es cuestionado por la intencionalidad– o bien el resultado de la acción y entonces es criticado por el lado de su falta de saber hacer.
Esta columna y este tema en particular sirve para mostrar las complejidades que implica la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a. Desde afuera puede ser una actividad sencilla, pero llevada profesionalmente no lo es.