- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino.
Ya casi al final del tiempo de Pascua la Iglesia nos invita a celebrar la ascensión de Jesús al cielo.
La Biblia dice que cuarenta días después de su resurrección, habiendo aparecido muchas veces a sus apóstoles, confirmándoles en la fe, el Señor Jesús subió al cielo para sentarse a la derecha de Dios Padre.
Pero, ¿por qué es importante celebrar esta fiesta? ¿Qué es lo que la Iglesia nos quiere enseñar?
Celebramos con gran alegría la venida de Dios en la historia con las fiestas de la anunciación, de la navidad y de la epifanía. Y nos parece muy lógico hacerlo, al final es estupendo conocer el misterio del Dios que nos visita. Pero si no entendemos bien, puede parecer extraño que nos alegremos por su partida.
Ciertamente, celebrar la ascensión de Jesús al cielo, no es celebrar el abandono de Dios. No significa decir que, estando a la derecha del Padre, ahora Él es un Dios distante, que ya no tiene más nada que ver con nosotros. La última frase del evangelio de San Mateo, nos habla muy claramente: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo”.
La nueva alianza con Dios, fundada en el misterio de Jesucristo, hombre-Dios, es nueva y eterna, y por eso no puede ser quebrada, aun menos por Dios, quien fue el que tuvo la iniciativa de ofrecérnosla.
La Ascensión de Jesús señala entonces el inicio de una nueva fase en nuestra relación con Dios. Ahora ya no tendremos más el privilegio de poder verlo, de abrazarlo, de dejar que él nos lave los pies, de tocar con nuestros dedos sus llagas y su costado, de comer el pan por él multiplicado, pues, como eventos históricos, estas cosas ya pasaron. Pero, como decía San León Magno: “Todo lo que en Jesús fue evento, a través de la Iglesia, son para nosotros sacramentos”. Nuestra nueva relación con él se da en el Espíritu Santo.
Es a través del Espíritu Santo que la Iglesia, en los sacramentos, hace viva y eficaz toda la obra salvadora de Jesucristo. En la fuerza del Espíritu, el bautismo, la confirmación, la Eucaristía, la reconciliación, la unción, el matrimonio y el orden son, para nosotros, el modo sacramental de sentir su presencia con nosotros, todos los días hasta el final del mundo.
Alguien podría pensar que si él estuviera presente “en carne y hueso”, sería más fácil el sentir su acción en nuestras vidas. Pero esto puede ser un pensamiento ingenuo. De hecho, muchos de aquellos que estuvieron junto a Jesús, aun así, no tuvieron fe ni transformaron sus vidas. Muchos, tan encerrados en sus prejuicios, ni percibieron que Dios caminaba con ellos. Por otro lado, con fe, los sacramentos dejados por Jesús son suficientes para experimentar su acción en nuestras vidas, para acoger su reino, para vencer todas las pruebas y para transformarnos continuamente en su imagen.
Por eso, celebrar la Ascensión de Jesús es profesar nuestra fe en su presencia actuante en nuestro medio. Es abrirnos a la gracia de su Santo Espíritu, que nos hace recordar todas sus palabras y sus gestos, descubriendo el sentido profundo de cada uno de ellos y permitiendo que él continúe en nosotros la obra empezada.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.