- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
En aquellas tórridas tardes de 1977 que no distinguían estaciones trimestrales, y con un sol implacable que se filtraba por las amplias ventanas sin cortinas del edificio que compartíamos con el Colegio Experimental Paraguay-Brasil, el doctor Óscar Paciello Candia le daba su real sentido y señorío a la palabra cátedra. Intelectual poco explorado y periodista extraordinario podía escribir un editorial de dos cuartillas, antes de que acabe un suspiro, en el diario Hoy, en formato impreso, ya desaparecido, según el testimonial recuerdo de sus antiguos compañeros de redacción que aún viven. Aparte de su saber enciclopédico y su sagaz razonamiento crítico, tenía esa rara virtud –que debería ser la norma de todos los docentes– de hacerse entender hasta por los menos avispados. Aproximadamente cuarenta alumnos que soñábamos convertirnos en, al menos, aprendices de algún diario –que con los años nos desgranamos en menos quince–, atendíamos absortos sus reflexiones teóricas y sus explicaciones prácticas. A pesar de la conocida tradición de que la siesta estira el sueño, con él no existía ni la posibilidad de algún extraviado cabeceo. Era imposible.
En medio de un quirúrgico análisis del “Paradigma de Lasswell” (Harold), hacía una pausa –una suerte de improvisada extensión cultural– para lanzarnos una advertencia: “Las buenas noticias no siempre son noticia. Venden poco o nada. Y se lee menos. Salvo –la bendita salvedad– que sea una conmovedora historia de interés humano”. Nunca fue su intención desanimarnos ni encerrarnos en un círculo fatalista de esta profesión, sino, al contrario, nos desafiaba, nos empujaba hacia un futuro, aunque en ese momento condicionado, donde los paradigmas podían entrar en crisis y generar una verdadera revolución conceptual y científica.
Y con una “Aldea global” (la de Marshall McLuhan) todavía lejana, pero no ya imposible, nuestro gran chamán era el profesor quien cumplía con el ritual de la primera lección de las facultades de periodismo (la nuestra se llamaba instituto, dentro de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción), ante el fuego incesante de la curiosidad: “Si un perro muerde a un hombre no es novedad, pero es noticia cuando el hombre muerde a un perro”. Ya en la puerta, con un auditorio expectante de seguir escuchando, se despedía: “Nunca escriban como periodistas lo que no puedan sostener como caballeros”. Y con esa honestidad intelectual que ahora se extraña aclaraba: “La frase no es mía, pero es bueno memorizarla, tarde o temprano les será útil”.
Del doctor Óscar Paciello adquirimos lo que podríamos enunciar como aprendizaje relevante. Nos había conectado con la realidad al tiempo de liberar algunos conocimientos previos rudimentarios que se circunscribían a la radio local del Gobierno, dirigida por don Miguel Ángel Rodríguez, y al diario matutino que llegaba a la tarde o al día siguiente. Eso, si la ruta no se clausuraba a razón de las lluvias. Desarrollaba sus lecciones acordes con sus consejos: “A diferencia de los filósofos alemanes, los periodistas deben transformar en un lenguaje sencillo lo complicado. El público lector (eran tiempos de la preeminencia de los diarios, a pesar del insaciable avance de la televisión) se identifica más fácilmente con aquello que puede entender sin mucho esfuerzo. La comunicación eficaz es la que consigue romper los compartimentos culturales para que el mensaje pueda ser decodificado y asimilado por cualquier receptor”.
Casi cincuenta años después no se puede dejar de coincidir con sus enseñanzas. Por ejemplo, poca gente se indigna con los 1.600.000 dólares despilfarrados por el gobierno de Mario Abdo Benítez, pero los casos de nepotismo en el Congreso de la Nación son temas de conversación mientras se compra la chipa o se espera que el mortero cumpla con su cometido machacando los remedios yuyos. Así de simple. “Si un ministro de Educación declara a final de año que el Gobierno construyó 730 aulas en ese periodo, no tendrá el mismo impacto si, seguidamente, no expone que el promedio fue de dos aulas por día”. Ya con la carrera concluida y con los libros como compañeros inseparables, otro autor recomendaba que las publicaciones son más comprensibles por la vía de la comparación. Más que detallar cuántos metros cuadrados va a tener un complejo hospitalario, lo ideal es explicar que tendrá las dimensiones de un estadio de fútbol. Si esa fuera la realidad, claro está.
Y para finalizar, a lo concreto: desde el momento que se dio a conocer la nueva tarifa de Itaipú acordada por las altas partes de Paraguay y Brasil, hubo dos tendencias de opiniones. La primera reacción fue de optimismo y reconocimiento de una buena negociación, verbalizado no solo por algunos periodistas, experimentados haters de este gobierno, sino por técnicos especializados del sector energético y exdirectores de la entidad binacional. Pero la euforia duró poco. Así, pues, el diario Abc Color publicó que “nuevas organizaciones del ámbito civil advierten al presidente Santiago Peña que incurrirá en una ‘gravísima’ violación de la Constitución y del Tratado de Itaipú al fijar una tarifa superior al costo del servicio de la central”. Y otros hablaron de las “trampas de las letras chicas”. Para Última Hora “surgen críticas de especialistas al acuerdo con el Brasil por la tarifa” y los “costos de la Ande (Administración Nacional de Electricidad) crecerían” con esta nueva situación. Nuestra herrumbre cultural ha funcionado una vez más: el logro del adversario representa el fracaso de sus oponentes.
¿Qué dice el Gobierno? El presidente Santiago Peña enfatizó que este acuerdo otorgará a nuestro país un ingreso anual adicional de 1.250 millones de dólares, distribuidos de la siguiente manera: 280 millones por royalties, 650 millones para inversiones sociales, 265 millones por compensación de energía y 53 millones en utilidades de capital. A partir de ahora, deberá empezar a operar la estrategia comunicacional del Gobierno: que el hambre se reducirá a cero, no solamente en las escuelas; que se construirán dos aulas o más por día y que los hospitales tendrán las dimensiones de un estadio de fútbol o un paralelismo similar. La comunicación sencilla es siempre la más eficaz. Y el factor humano, el periodista, seguirá siendo su pieza clave, aunque desde diferentes lados del mostrador. Será una batalla digna de los mejores talentos. Buen provecho.