- Por Jorge Torres
- Periodista
Históricamente cualquier negociación relacionada con Itaipú es compleja, puesto que involucra intereses estratégicos tanto para el Paraguay como para el Brasil. De hecho, el origen mismo de la binacional hace más de medio siglo por medio de un tratado fue la solución a un impasse diplomático que comenzó en el siglo XVIII e involucraba a los dos países que se disputaban la posesión de tierras en la región de los Saltos del Guairá, área hoy cubierta por el lago de la poderosa central hidroeléctrica.
A nadie escapa que las negociaciones sobre Itaipú a menudo han estado marcadas por desequilibrios de poder y opacidad, lo que ha llevado a acuerdos desfavorables para Paraguay en el pasado.
Sin embargo, ante cada disputa, también históricamente se logró interponer un acuerdo que a la larga terminaba por beneficiar a los socios del emprendimiento. Es así como ahora nos encontramos nuevamente ante una negociación en la que cada una de las partes defiende una posición; en este caso, por el precio de la energía que genera Itaipú.
Al inicio de las tratativas, la intención era exigir a Brasil, en particular a Lula da Silva, que cumpla con el compromiso que él mismo había asumido el 25 de julio de 2009, cuando firmó con Fernando Lugo una declaración conjunta en la que, entre otras cosas, el mandatario brasileño aceptaba que nuestro país pudiera vender su energía excedente de la Itaipú a precio de mercado e inclusive a terceros países. El gran logro aquella vez fue que se triplicó la compensación por cesión de energía, aunque hubo otras varias promesas, unas que se cumplieron y otras que quedaron en la nada.
Ahora, al parecer estamos cerca de un acuerdo en el que se dejará la tarifa en los valores actuales, lo que en términos prácticos podría interpretarse también como una victoria para el Paraguay si consideramos que la intención brasileña era reducir al máximo el precio, lo que significaría una importante merma de ingresos para nuestro país, sobre todo en término de recursos que sirvan para financiar proyectos de infraestructura. Sin embargo, tampoco es un mal negocio para el Brasil, puesto que ellos al ser los principales consumidores de la producción de la hidroeléctrica, tendrán garantizado el suministro por los próximos años.
En definitiva, un acuerdo equitativo y transparente puede beneficiar a ambas naciones, garantizando un suministro de energía confiable y sostenible. La cuestión es mirar el vaso medio lleno o medio vacío, pero, lo concreto es que, si se termina por acordar un valor intermedio, servirá para impulsar el desarrollo económico y energético de ambos países. Puedo estar equivocado, pero es lo que pienso.