- Por Alex Noguera
- Columnista
En la época de las cavernas, la noción de justicia o castigo era desconocida, a veces los miembros de un clan actuaban más por venganza, pero era habitual que simplemente utilicen la fuerza para conseguir un objetivo.
Al ir evolucionando la humanidad, los distintos grupos sociales comenzaron a aplicar reglas o leyes que, al ser quebrantadas, originaban penas o castigos. Así, hacia el año 1700 a. C., el rey babilónico Hammurabi establece un código con 282 reglas, que por ser “de los dioses” eran consideradas sagradas. Estas leyes se basaban en la ley del Talión, es decir, ojo por ojo, diente por diente.
Con el paso del tiempo, las ciudades se fueron poblando con más y más gente y los problemas entre los individuos se volvieron más complejos y exigieron nuevas medidas. Los delitos y crímenes no se podían castigar con la misma vara, y los culpables debían pagar de maneras muy distintas. Los castigos corporales eran muy utilizados e iban desde los leves como el cepo de la vergüenza en una plaza pública hasta latigazos y cercenamiento de miembros.
La aplicación de la pena de muerte también era muy común y los métodos muy variados y crueles. Buscaban ser ejemplo para disuadir a las personas para que no cometieran el mismo error.
El uso del dinero generó codicia y envidia y el robo de monedas le resultaba más fácil a un ladrón que llevarse un objeto pesado o animales. Pero no solo se universalizaron los hurtos y asaltos, sino que también nacieron las deudas y estafas. Y al no poder pagar su compromiso, al infractor se le confiscaban sus bienes y hasta podía terminar como esclavo en las galeras.
El uso de la cárcel lentamente se fue transformando y de una función precautoria pasó a convertirse en punitiva. Entonces, para sanear las sociedades, a los malhechores se los mantenían presos en celdas y se evitaba el contacto con la gente honrada.
En resumen, los castigos son necesarios para que los avivados y violentos no prevalezcan sobre la gente de bien. La Justicia se encarga de aplicar las leyes, pero no es tan fácil ya que los malvados cada vez son más astutos y menos rigurosas las penas. En esta época los bandidos tienen más derechos que las víctimas.
Esta semana ocurrieron algunos hechos que traen esperanza hacia la gestión de Astrea. En primer lugar, la extitular de Petropar Patricia Samudio fue condenada a 4 años de prisión por el caso conocido como la compra de agua tónica. Ella, que pertenecía al primer anillo del expresidente Mario Abdo Benítez, se burló de la oportunidad que tenía con su cargo y defraudó la confianza que se le otorgó. Creyó que tendría impunidad y de manera descarada hizo su negociado. Se equivocó. Su esposo, José Costa Perdomo, también fue sentenciado a 3 años y 9 meses de prisión.
Otra Patricia que también se creyó con impunidad y más astuta que los demás es Ferreira, la titular de Imedic SA, sobre quien pesa una serie de acusaciones, desde producción y uso de documentos no auténticos, hasta asociación criminal y comercialización de medicamentos no autorizados. Su padre, Justo Ferreira Servín, ya fue encontrado culpable y condenado a 3 años de cárcel y en el caso de ella ya comenzaron a desfilar los testigos en el juicio.
Otro que también deshonró el cargo que ocupaba es el extitular de la SEN Joaquín Roa, quien esta semana fue acusado por el fiscal Silvio Corbeta, quien pidió juicio oral y público. Roa es acusado por lavado de dinero, cohecho pasivo agravado, lesión de confianza, asociación criminal, lavado de activos y administración en provecho propio.
La justicia tarda, pero llega. Es necesario que los que se creyeron más astutos que los que les otorgaron su confianza sean castigados ejemplarmente para que otros no intenten seguir por el mismo camino. Una gran deuda que todavía tiene la Justicia con la sociedad es el juicio al expresidente Mario Abdo Benítez, a quien Astrea toca el timbre de su casa, pero como es su costumbre, el autor de la burlona frase “¡Uy, qué miedo!” no abre la puerta. Sí, tiene miedo.
La justicia tarda, pero llega. Es necesario que los que se creyeron más astutos que los que les otorgaron su confianza sean castigados ejemplarmente para que otros no intenten seguir por el mismo camino.