DESDE MI MUNDO
- Por Carlos Mariano Nin
- COLUMNISTA
Me gusta escribir historias que vivo en la calle. De esas que nos hacen reflexionar sobre nuestro motivo en la vida. Y me gusta escribir sobre los niños porque entiendo que por más difíciles que sean sus condiciones de vida, siguen siendo niños aunque tengan la inocencia ahogada en el dolor.
Creo que me dijo que se llama Robertito. Me tomó por sorpresa en un semáforo. Su mirada me llamó la atención, entre la ternura y la decepción, o el aburrimiento, qué se yo. No tiene más de 10 añitos. En su cara se maldibujaba una sonrisa triste, casi resignada.
Pero fue su talento lo que me llamó la atención. Sus manitos parecen pájaros que vuelan, mientras tres pelotitas bailan en el aire. Van y vienen. Suben y bajan. Un malabarismo simétricamente calculado que comienza y termina mientras espero el cambio de luces del semáforo. Con una mirada optimista, su futuro se ve borroso. No va a la escuela. Es un marginado del sistema. Pero si hubiese ido, la pobreza hubiese limitado sus probabilidades.
En Paraguay, y en promedio, de 10 estudiantes que ingresan al primer grado, solo 3 culminan la educación media. Es una deuda pendiente de sucesivos gobiernos y organizaciones. Es la triste realidad.
Volviendo a Robertito. Me deslumbra su destreza. Fue perfeccionando su arte con el tiempo. Camina entre los vehículos reclamando una recompensa acorde a su trabajo. Se conforma con poco. En la calle las reglas las pone el que más tiene. El resto se acostumbra, se resigna… se conforma. No hay otra. Es la ley del día a día.
Robertito sonríe, mientras sus pelotitas caen al piso y peligrosamente las persigue entre los autos. Perdió la percepción del riesgo mientras juega a ganarse la vida.
Y, sin embargo, se toma en serio su trabajo. Un show estrictamente cronometrado, que comienza y termina con un simple y veloz cambio de luces. Del verde al rojo se juega la vida.
Deberá soportar indiferente insultos y burlas, y crecerá con la impotencia de los sueños rotos de esas infancias destrozadas. En las calles los códigos son ajenos al común de la gente. Es como una gran prisión, donde miles de personas sobreviven al día cada día.
Hace tiempo que los niños dejaron de ser el futuro. Hoy están, son el presente y exigen que los rescatemos de la indiferencia. De esa invisibilidad cruel que los margina.
Sigo mi camino, con un sinsabor en el corazón. Hace arte con tres pelotitas, pero muchos no lo entenderán así. Mañana será otro día y otros niños se cruzarán en mi camino. Pienso que así es la vida, pero no me resigno. Los niños son niños hoy y de todos depende que sean buenas personas. Si lo logramos, ellos construirán el país que todos soñamos. Pero esa... esa es otra historia.