Por Víctor Pavón
Los recientes hechos en el sector estudiantil donde un grupo de jóvenes lejos de buscar el diálogo para sumar esfuerzos y proponer ideas diferentes y superadoras, muestran que estamos ante un problema grave que seguidamente las señalaré desde cuatro aristas.
La primera es que la educación en todos sus niveles requiere de una profunda reforma, pero no cualquier cambio gatopardista para cambiar para que nada cambie. Segunda arista: algunos estudiantes más bien están dispuestos a seguir el camino erróneo de considerar que el que está enfrente es un enemigo a vencer como en la guerra en una típica actitud trotskista, corriente del marxismo desarrollada por León Trotski.
Esto conlleva a tener consignas de política partidaria en vez de una conducta y acción de carácter gremial como debería ser cuando se está en la universidad y en el colegio.
Tercera arista, considero que la ley que impulsó el Ejecutivo nacional denominada Hambre cero y Arancel Cero fue un paso correcto hacia la mejoría de lo que hoy se tiene, pero, lamentablemente por problemas de comunicación desde el mismo Gobierno y debido a que los mismos estudiantes no se mostraron abiertos y activos en proponer con documentos lo que deseaban desde que se hicieron las audiencias públicas cuando todavía se trataba el proyecto de ley.
Y la cuarta arista a la que me referiré es sobre los estudios del profesor Gary Becquer de la Universidad de Chicago (USA), galardonado con el Nobel de Economía. Resulta clave entender que –además de la inversión en máquinas, tecnologías, informática, fábricas, etcétera – también el capital humano es gravitante para el progreso.
En un mundo cada vez más competitivo y especializado la educación es tan importante como el capital mismo.
La teoría del capital humano tiene por supuesto una relación directa con un enfoque económico. Ese fue el objeto y objetivo de estudios del profesor Gary Becquer. De ahí que el nobel considera al estudiante como un actor racional que busca una inversión que se traducirá en rentabilidad en su futuro.
De manera permanente hacemos o no hacemos algo de acuerdo a un cálculo de costo – beneficio, y esto no lo hacemos de manera deliberada o consciente. Todos, sin excepción, hasta el más malévolo criminal realiza de un modo u otro tal cálculo.
Para la adecuada y eficiente formación del capital humano, nuestros niños y jóvenes requieren de un modelo diferente al que tenemos. Ellos deben elegir bajo asesoría de sus padres y maestros, considerando los costos y beneficios presentes y futuros, que su mejor preparación con valores les redundará ganancias económicas como valores culturales.
Conseguir este propósito requiere dejar de lado el actual modelo de instrucción que no condice con la educación de calidad. Es un error creer que aumentando los gastos en “educación” tal como se cree significa elevar su calidad, pertinencia y eficiencia en la educación: El Estado debe hacerse a un lado.
De ahí que la mejor solución no está en incrementar el presupuesto en educación como se insiste. Países como Singapur tienen menos presupuesto público con relación con el producto interno bruto (PIB) que el nuestro y su educación es mucho mejor siendo una de las mejores a nivel mundial. Sin el fortalecimiento del capital humano no habrá economía ni política para un país en libertad y república.
No obstante, todo ello será imposible de llevar a cabo si la estrategia trotskista de la confrontación sigue siendo incentivada por algunos que prefieren la dialéctica amigo/enemigo, antes que la gremial como debería darse en la universidad y en el colegio.
(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”: “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la libertad y la república”.
La teoría del capital humano tiene por supuesto una relación directa con un enfoque económico. Ese fue el objeto y objetivo de estudios del profesor Gary Becquer. De ahí que el nobel considera al estudiante como un actor racional que busca una inversión que se traducirá en rentabilidad en su futuro.
Conseguir este propósito requiere dejar de lado el actual modelo de instrucción que no condice con la educación de calidad. Es un error creer que aumentando los gastos en “educación” tal como se cree significa elevar su calidad, pertinencia y eficiencia en la educación: El Estado debe hacerse a un lado.