DESDE MI MUNDO
- Por Carlos Mariano Nin
- Columnista
Hoy te quiero contar una historia. Tenía un amigo, voy a llamarlo Pedro, aunque no sea su nombre real. Nunca fuimos mejores amigos, pero siempre que nos veíamos compartíamos algún que otro saludo, una broma y debatíamos sobre política, fútbol o religión, cosas de las que los amigos no deben hablar, pero con él daba gusto. Siempre le encontraba el lado polémico, chistoso, agradable a todo. Le gustaba la música y el arte.
La depresión es el trastorno mental que más afecta a la población y es además una de las principales causas de discapacidad en el mundo. Aunque es una enfermedad tratable, seis de cada diez personas que la padecen en América Latina y el Caribe no buscan o no reciben el tratamiento que necesitan.
Más de 350 millones de personas sufren depresión en el mundo, un trastorno que es la principal causa de discapacidad. Además, frecuentemente está asociada a la tristeza, pérdida de interés y de placer, sentimientos de culpa o falta de autoestima, trastornos del sueño y del apetito, sensación de cansancio o de falta de concentración.
Un estudio de la OMS revela que Paraguay se encuentra en los primeros lugares entre los países de la región con el mayor porcentaje de habitantes con depresión. La ignoramos, pero está entre nosotros. Alguien en nuestras familias la padece y seguimos sin entenderla.
Pero quiero volver a Pedro. Tenía problemas. Como todos, pensaba yo. Era un tipo preparado, creo que había estudiado en Europa. No vivía con sus padres, pero sé que tenía un buen pasar. Su familia era adinerada y respetada. También él lo era, un tipo muy bueno en lo que hacía y con quien daba gusto debatir.
Buena percha, buenos modales y excelente educación. Pero daba signos de que por momentos era superado por la vida. Mandaba señales claras, pero nadie las vio, ni siquiera yo. Creo que en el fondo se sentía solo. Un día me levanté y lo vi en las noticias. Pedro se había pegado un tiro.
Fue un balde de agua fría. Me tomó de sorpresa y, sin embargo, se veía venir. Estamos tan metidos en nuestras cosas que muchas veces no podemos ver más allá de nuestros propios problemas y cuando nos damos cuenta, solo podemos dejar escapar una lágrima.
Nadie está triste, enojado, despistado, estresado o enfermo porque quiere estarlo. La depresión ataca de forma silenciosa y avanza imparable hasta lo inevitable.
Muchas veces me pregunté, ¿cuáles son las señales? No sé, seguramente en todos los casos son diferentes, pero cada uno debe percibirlo. Ayudar, dar una mano, una palabra de aliento o solo compañía, creo, ayuda.
Hoy amanecí pensando en Pedro, creo que el mundo perdió una buena persona. Si hoy sentís que otro Pedro te necesita, escúchalo, quizás puedas tirarle un salvavidas… a mí se me fue la oportunidad. Pero esa… esa es otra historia.