Hemos de aprovechar este día, Sábado Santo, en el que, según la creencia popular, Cristo, Jesús o Dios está muerto y descendió a los infiernos, para hablar de ciertos temas sin que nadie escuche y puedan acusarnos de herejes o pecadores.
Definitivamente las cosas han cambiado en las últimas décadas. Para los niños y jóvenes de hoy, la Semana Santa representa más un tiempo de no hacer nada (productivo), o mejor, de salir de juerga o jugar en línea con los amiguitos de internet que invertir en tareas para recuperar las calificaciones en la escuela o socializar de manera presencial. De reflexionar, ni hablar.
Gran parte de este problema lo genera la tecnología, que cada vez presenta aplicaciones más novedosas, que son una verdadera tentación, más que las propuestas del diablo a Jesús en el desierto.
Hoy existen cientos de nuevas aplicaciones que se pueden bajar de Play Store, desde versiones actualizadas de entretenimientos hasta productos financieros, predicciones del clima, grabadores de llamadas o noticias al instante y hasta traductores instantáneos.
Para entender otro idioma, antes había que estudiar durante años y aun así apenas era posible aprender unos cinco o seis; hoy, sin embargo, una persona que nunca ha estudiado puede traducir lo que escribe un chino, un japonés, un africano, un ruso, un australiano, un árabe o hasta el latín de un romano antiguo. En pocos segundos, como si fuera magia, la traducción de lenguas –que ni siquiera sabíamos que existían– aparece en pantalla.
A pesar de ser sorprendentes y actualizados los nuevos traductores, algunas versiones de antes siguen siendo mejores, a pesar de que han caído en desuso.
Por ejemplo, uno de los grandes problemas que enfrentan los padres actualmente es la falta de obediencia de los hijos, quienes permanecen durante horas frente a la pantalla del celular o de la computadora y no se esfuerzan en estudiar.
El problema no es nuevo, ya desde que inventaron la televisión los niños quedaban atrapados con los dibujos animados o las series del oeste o de aventuras. Pero entonces las madres recurrían al traductor casero, que en pocos segundos lograba el efecto de hacer entender una orden al hijo perezoso.
Si a la primera le decía que fuera a estudiar y no obedecía, con mucha tranquilidad la dulce progenitora, preocupada por el futuro de su vástago, se dirigía al ropero y extraía el traductor largo: un implemento de cuero de un metro de largo, con varias perforaciones y una hebilla en la punta.
Con mucho cuidado lo doblaba y le daba “enter”, de ahí seguramente viene la palabra “entender”. El sonido del ¡splash! y el hijo saliendo a toda prisa a buscar su libro de texto eran instantáneos. La traducción de la orden era muy bien comprendida… y la indicación obedecida. Así, la amorosa madre transmitía a su niño enseñanzas verdaderamente trascendentales.
Este traductor tenía una versión compacta de goma, que venía en dos presentaciones, una derecha y otra izquierda, que en realidad cumplían la misma función. Tenía menos potencia, pero el efecto visual muchas veces era suficiente para que el niño comprendiera lo que la madre le decía. Este traductor –al que le dieron el nombre de zapatilla– el día de hoy solo se usa como un cómodo calzado.
Estos eficientes métodos de traducción de antaño están proscriptos. El que los utilice hoy en día corre el riesgo de ser denunciado y hasta podría ir preso.
Paradójicamente, en plena democracia, algunos temas se han vuelto tabúes y no se puede hablar de ellos. Un ejemplo claro es esta tecnología que obligatoriamente quedó en el pasado y que, según expertos sociólogos, psicólogos y hasta defensores de animales, es peligrosa y salvaje. Pero resultaba