• POR EL DR. MIGUEL ÁNGEL VELÁZQUEZ
  • Dr. Mime

¿Me creerían si les digo que el miedo es fundamental en nuestras vidas? ¿Que sin miedo no habríamos llegado en la evolu­ción hasta donde estamos hoy en día? Podría sonar paradójico, pero sin miedo no sería­mos absolutamente nada de lo que somos hoy en día como raza evolucionada. Es una de las emociones que más interés ha susci­tado en la comunidad científica. Se consi­dera que es la más primitiva y consustan­cial al reino animal.

Desde un punto de vista evolutivo, su origen se basa en la preservación de la superviven­cia y la protección a través de la anticipación de situaciones de peligro. Lo interesante es que, además, como todas las emociones, el miedo se experimenta a nivel psicológico, neurofisiológico, conductual y cognitivo, aunque nos vamos a centrar en la parte neu­rofisiológica para comprender cómo fun­ciona ese “software humano” que traemos incorporado de serie. En una investigación reciente se ha demostrado científicamente que la formación de la memoria del miedo asociada a una situación o contexto implica el fortalecimiento de las conexiones entre el hipocampo y la amígdala. Es decir, el área relacionada con la memoria y el núcleo o “torre de control” de las emociones. Esta es una de las bases que fundamenta la ansie­dad generada por los Trastornos de Estrés

Postraumáticos o el miedo “irracional” que pueden vivir las personas de cualquier edad, después de situaciones estresantes que no han podido gestionar.

Pero, ¿qué pasa en nuestro cerebro cuando hay una situación de alarma? ¿Reaccio­namos igual ante cualquier situación de miedo? Existen dos vías por las que el cere­bro recibe la información de alerta del exte­rior, una es la vía cortical y otra la subcor­tical. La vía cortical es más lenta porque tiene que hacer un recorrido mayor. La información llega por los sentidos, pasa por el tálamo, el hipocampo (donde se ges­tionan los recuerdos), de ahí pasa a la amíg­dala (que le da contenido emocional a esos recursos), luego al hipocampo (el que pasa al cuerpo la información de las emociones), vuelve al tálamo, de ahí a la corteza cingu­lada (que decide qué es relevante o priorita­rio) y finalmente a la corteza (donde ya hay consciencia).

Este recorrido dura unos 400 milisegundos y es la vía “normal” cuando lo que ocurre nuestro cerebro no lo inter­preta como una amenaza extrema. Por lo que la persona, sea menor y/o adulta, debe salir de ese “susto” o situación de estrés con sus propios recursos emocionales. Pero hay otra vía, la subcortical, que es la que se activa en situaciones de SOS en el que la información entra por algún sentido, pasa al tálamo, de este al hipocampo y cuando llega a la amígdala, esta interpreta que la situa­ción está alarmante, que hiperreacciona y toda la información pasa directamente a la corteza frontal. Todo ello en cuestión de 70 milisegundos. A esta reacción tan rápida se le llama “secuestro amigdalino” y supone un periodo refractario o de “inacción” en el que la amígdala le va a pedir al hipocampo recuerdos que le confirmen el miedo y blo­quea el tálamo, por lo que es muy difícil la capacidad de razonar, no hay ecuanimidad en ese momento.

Un paso más en la complejidad del cir­cuito del miedo y el secuestro emocional es que, como les conté al inicio, la amíg­dala y el hipocampo (zona de la memoria) están siempre en comunicación, de forma que puede que haya situaciones en las que no veamos una amenaza aparente, pero la persona, tenga la edad que tenga, reac­cione como si fuera una amenaza extrema y surja el secuestro. Por ejemplo: gritamos a una persona de forma reactiva porque dijo o hizo algo que nos conecta, de forma consciente o no, con algo muy doloroso o traumático.

Nos quedamos en blanco en un examen y no somos capaces de recupe­rar la información o razonar. Nos queda­mos bloqueados en una conferencia y pen­samos que nos vamos a desmayar. Y otro sinfín de situaciones que atienden a expre­siones populares como: “Nunca tomes una decisión cuando estés enojado, nunca hagas una promesa cuando estés feliz (Anónimo)”. “Contra la ira, dilación” (Séneca). “Cuando estés molesto cuenta hasta diez antes de hablar. Si estas muy molesto, cuenta hasta cien”.

Precisamente porque la persona está absolutamente “secuestrada”, sus recur­sos mentales, físicos y emocionales van a estar “al mínimo”. Esto quiere decir que va a necesitar ayuda para que poco a poco vaya recuperando la calma y entender lo que ha pasado. Pero esto solo ocurre si la persona que acompaña es capaz de trans­mitir seguridad. Puede ocurrir, y de hecho ocurre, que estemos intentando calmar a alguien y que por el hecho de que nosotros mismos estemos muy alterados, angustia­dos o desconectados de los que ocurre, la persona no sea capaz de sentirnos como un medio para ir poco a poco encontrando la calma. De hecho, si esto en personas adultas es difícil, imaginémonos en niños y niñas o adolescentes cuyo cerebro se está desarro­llando, no tienen todavía recursos emocio­nales o experiencias de vida que les ayude a calmarse. La situación puede ser extrema e incluso traumatizante.

El miedo es complejo pero necesario. El manejo del miedo como emoción es una verdadera llave al éxito. “Aprender a ges­tionar tus miedos” es más que un cliché, es un verdadero consejo DE LA CABEZA. Nos leemos en una semana.

Etiquetas: #miedo#cerebro

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