- Por el Pastor Emilio Daniel Agüero Esgaib.
Según esta enseñanza de Jesús en Mateo 7.15-20, la vida cristiana consiste en llevar frutos. Para la cosmovisión bíblica, no existe un cristiano infructífero.
El verso 18 (“no puede” el árbol bueno dar frutos malos) habla de una imposibilidad de que el verdadero creyente dé frutos malos. También nos habla de los tipos de frutos que puede dar una persona. Solo hay dos tipos de frutos: buenos y malos.
No hay que complicarse mucho. El bueno da buenos frutos; el malo, malos frutos. Si te alías con una persona que da malos frutos, tienes que saber que, tarde o temprano, te explotará la bomba en tu regazo. Tenemos que tener sabiduría para escoger amistades, consejeros, líderes, pareja, etc. Nuestra asociación determinará quiénes somos.
Los malos siempre disimulan su verdadera condición; por lo general, con halagos (Salmo 5.9). Esto no significa que vivamos aislados del mundo; si no a quién daremos nuestra confianza, de quién recibiremos consejo, de qué fuente tomaremos sabiduría, a quién abriremos nuestro corazón.
Una cosa es estar juntos, otra, revueltos. En Juan 17.15-18 no pide Jesús que salgamos del medio del mundo –es ahí donde nos necesitan para ser luz–, pide que seamos guardados del mal. Aclara que los creyentes no son del mundo y que ellos, en medio del mundo, son santificados en su verdad. Este es el equilibrio para no ser parte del mundo ni estar aislados de él, lo que impide ser sal y luz.
¿Qué son los frutos? Son el resultado o lo que produce naturalmente una planta. Espiritualmente, es una manera figurada de hablar del resultado de vida de una persona. En tu vida, ¿qué se produce de forma natural y constante? Probar la calidad de los frutos me habla de la calidad del árbol. Nadie muerde la corteza del árbol para medir su calidad sino que come de los frutos. Lo que regularmente hago me define como cristiano.
Básicamente, el fruto se manifiesta en nuestro carácter. Pablo nos habla de los frutos del Espíritu Santo que se manifiestan en el carácter del convertido. En Gálatas 5.22-23 se nos habla de nueve y en Efesios 5.9 de otros dos: “justicia y verdad”. Por lo tanto, son once en total y todos hablan del carácter cristiano.
Los frutos nos hablan de amor, renuncia y humildad. Amor, porque es el primer fruto de todos y es el que marca un rumbo y hace que todo lo demás se alinee o se ponga debajo de él. Renuncia, porque en Gálatas 5.24 nos dice: “han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. Humildad, porque el que camina en los frutos es dependiente de Dios. En los versos 25 y 26 dice que “vivamos por el Espíritu” y que no nos hagamos “vanagloriosos” irritándonos y envidiándonos unos a otros.
¿Dios quiere que tengamos frutos?: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Juan 15.8). Vemos acá que Dios quiere que llevemos “mucho fruto”, que de esa manera se glorifica Dios en nuestras vidas y que con eso demostramos ser verdaderos discípulos de Cristo.
La cantidad y calidad de los frutos depende del corazón. Esto lo observamos en la parábola del Sembrador en Mateo 13.1-9. Vemos que el sembrador es Cristo, la semilla es la Palabra de Dios y la tierra los corazones de las personas (esto lo explica Jesús mismo en el verso 19). Algunos, de acuerdo a su capacidad y/o esfuerzo, podrán dar frutos del 30, 60 y 100 por uno; pero el punto no es tanto cuánto dan sino qué dan. Todos los verdaderos creyentes tenemos la capacidad de dar algo, nunca nada.