- Por el Dr. Juan Carlos Zárate Lázaro
- MBA
- jzaratelazaro@gmail.com
Nuestros niveles de ingresos se incorporan a la economía doméstica producto de las prestaciones de nuestros servicios personales, ya sean en relación de dependencia o en forma personal. Van reciclándose para convertirse en gasto, ahorro y en inversión.
Esa masa de inversiones que uno realiza son los que se van regenerando y produciendo nuevos ingresos, que vuelven a la economía personal para recomenzar nuevamente el ciclo natural del dinero.
Los ingresos que percibimos van a nuestros peculios o cuentas personales derivados de las actividades remunerativas que realizamos, y es el momento cuando debemos hacer la separación para destinarlos una parte a los gastos y otra al ahorro.
Esta última es la que luego ingresa a la órbita de la inversión y nos van generando nuevos ingresos derivados de los intereses que van devengando, a los que llamamos pasivo, lo cual razonablemente administrado puede tornar que nuestros niveles de disponibilidades y de patrimonio neto vayan incrementándose. Lo ideal para que podamos organizar razonablemente nuestras finanzas personales es que podamos aplicar la regla 50/30/20.
Los trabajadores en relación de dependencia que poseen un sueldo mensual deberán tomar el neto resultante, luego de deducido los diversos descuentos, en tanto aquellos que perciben ingresos variables en concepto de comisiones o ventas deberán calcular un promedio mensual en base a lo percibido durante el último año.
En función a lo expuesto precedentemente, esta regla nos lleva a separar como máximo un 50 por ciento de nuestros ingresos para aplicarlo a gastos necesarios, que no deberán confundirse con los gastos deseados.
Para que la regla pueda resultar como esperamos, no debemos mezclar ambos gastos, pues estaremos autoengañándonos. Ese no es nuestro objetivo primario. Los gastos rígidos deberán estar en función a nuestra realidad económica. Ejemplo, el valor de alquiler de una casa o departamento no debería superar el 25 o 30 por ciento de nuestro salario que nos permita contar con un margen para la cobertura de los otros gastos que también debemos ir erogando en forma mensual.
No estamos diciendo que no podríamos darnos un gustito de vez en cuando en comprar más allá de lo necesario, sino que limitando el monto global de los gastos deseados a nuestro presupuesto, no destinando más del 30 por ciento de nuestros ingresos netos mensuales.
El 20 por ciento restante debemos destinarlo a la cobertura de obligaciones financieras que comprenden el ahorro, como la previsión para nuestro retiro (aplicable incluso en caso que podamos tener un ingreso por jubilación), así también como la de deudas comerciales contraídas.
En el supuesto caso de que no tengamos obligaciones pendientes con terceros, lo ideal sería que podamos destinar ese 20 por ciento íntegramente al ahorro e inversión, posibilitando así la formación de un colchón financiero para más adelante que junto con los ingresos pasivos generados en concepto de intereses hará acrecentar nuestro capital.
En el caso de nuestros pasivos por tarjetas de crédito o sobregiros en cuenta corriente, la prioridad debería ser cancelarlas cuanto antes que nos permita dejar de pagar intereses y gastos que conllevan pudiendo así agregar dicho monto a nuestros ahorros.
Independientemente a lo que podamos destinarlos al ahorro tanto a la vista como a plazo fijo, tenemos al mercado de capitales, que ha venido observando un crecimiento y expansión importante en los últimos años a través de las inversiones en diversos tipos de instrumentos financieros en moneda local y en dólares de corto, mediano y largo plazo, que nos podrán generar ingresos pasivos en concepto de intereses incluso mayor a lo que nos pueda ofrecer el sistema financiero, dada la ausencia de intermediación financiera, permitiendo a los emisores (empresas corporativas y financieras) diseñar su propio prospecto de emisión en función a su flujo de caja actual y proyectado, a través de las emisiones de bonos de renta fija como variable y cuya intermediación están a cargo de las casas de bolsas, que cuentan con personal técnico especializado para poder guiarles y hacerles todas las recomendaciones de inversión en función a sus necesidades puntuales.