Hoy miraremos la humildad desde el carácter de Cristo para que desde nuestro interior, no desde el esfuerzo humano, sino desde el espíritu, adquiramos esta virtud espiritual.
“...Y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, eres digno de recibir la gloria y el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas , y por tu voluntad existen y fueron creadas”, Apocalipsis 11:36.
“Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén”, Romanos 11:36. Dios creó el universo para su gloria y para hacer partícipes a sus criaturas de su gloria y amor. Él las creó y Él la sostiene, si dejará de hacerlo todo desaparecería en un instante.
Cuando Él crea a sus criaturas (ángeles, el ser humano, los animales y todo ser vivo) no le dio nada que ellos puedan poseer por su misma, ni siquiera su propia vida, nadie es dueño de nada, ni de su propia vida, todo proviene de Dios, Él da y Él quita. Por lo tanto, nuestra dependencia hacia Él debe de ser total. Nuestras acciones, pensamientos, sentimientos, relaciones, trabajo, espiritualidad, familia, todo debe de estar en una absoluta dependencia y obediencia hacia él.
Con el mismo poder que Dios creó al mundo, con ese mismo poder lo sostiene, por lo tanto, la humildad del hombre consiste en depender entera y totalmente de Él. El primer deber y la más alta virtud de una criatura es depender de su Creador, esto no se logra sin humildad y la raíz de todas las virtudes cristianas está en depender totalmente de nuestro Creador.
Por el contrario en el orgullo humano, en la soberbia de creer que se puede vivir sin Dios, e incluso ese orgullo llega a tal extremo que no solo no se depende de Dios, sino que se niega su propia existencia. La falta de dependencia de Dios es la raíz de toda maldad, pecado y dolor, aún cuando esta maldad se disfraza de falsa piedad, o sea, se puede ser religioso y ser una persona absolutamente independiente de Dios.
Es por eso que cuando los ángeles se revelaron y cuando el hombre sucumbió a la tentación de “ser como Dios” (Genesis 3) fueron echados inmediatamente de su presencia. La independencia de Dios, o sea, el orgullo, es el camino al infierno.
“... Se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte…”, Filipenses 2:8.
“Se hizo obediente…”. Acá Jesús nos muestra el camino a la salvación, a la recuperación de esa humildad perdida, la dependencia hacia Dios y en esa humildad su muerte tuvo valor, su muerte nos reconcilió con Dios. Esta humildad es nuestra salvación, y está salvación es nuestra humildad.
El resultado de esto debería de ser que todos los redimidos deberían de llevar el sello de la humildad que es la dependencia de Dios y el alejamiento del pecado para ser restaurado al estado original de una relación directa de la criatura con su Creador en todas dependencia y armonía.
Dios nos hizo seres pensantes, razonables, es por eso que cuanto más sepamos y comprendamos quién es Dios más fácil será obedecerle. Jeremías 9:23, 24 dice: “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico en sus riquezas (sabiduría humana, poder y dinero son las cosas en las que el hombre caído se gloria y jacta). Más alábese en esto el que se hubiera de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago Misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová” y Jesús oro diciendo en Juan 17:3: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. Es por eso que las personas que invierten tiempo en estudiar la Biblia y orar tienen más firmeza, convicción y victoria espiritual que los que no.