Ya se volvió un clásico el posteo en las redes en el que aparecen varios hombres haciendo una ruta en la que se aprecian varias capas, entre arena, pedregullo y piedras. En la leyenda dice: “Los romanos hicieron caminos eternos…”.

Abajo aparece otra imagen en la que se ve una ruta asfaltada llena de baches con la frase que completa la anterior: “… y luego aparecieron los ingenieros”.

Esa presentación de nuestra realidad resulta simpática en general, menos para los ingenieros, quienes ahora con el calentamiento global enfrentan un panorama mucho más grave.

Si observamos detenidamente a las aves, podremos notar que, por ejemplo, las palomas trabajan arduamente buscando ramitas, cabellos, hojitas y estudian un sitio estratégico para colocar en él su nido. Así, con mucho esfuerzo, idas y vueltas, logran un cómodo colchoncito bien aireado en el que colocan sus huevitos, que servirán de hogar a sus polluelos.

Otros, como el hornerito, trabajan de forma distinta. También buscan un lugar adecuado, de difícil acceso para sus depredadores naturales como las víboras, comadrejas u otras aves rapaces, pero como material de construcción utiliza el barro.

Con él arma su nido característico, la forma de pequeño horno da su nombre al ave. En algún momento entraremos en la filosofía de cómo es posible que un ave sepa hacer este tipo de construcciones, pero por el momento solo admiraremos su obra, que desde hace centurias brinda no solo protección ante el peligro de otros animales, le da seguridad a la estructura y lo principal, dentro mantiene la temperatura aun en los días de mayor calor.

Toda esta introducción viene al caso debido a una conversación oída al paso en la que uno de los interlocutores se quejaba del agobiante calor que cada vez con más rigor castiga al Paraguay.

Decía uno que, con el calentamiento global, este año se habían roto algunas marcas de mayores temperaturas, sobre todo en la región Occidental, en la que la media alcanza los 45 °C, aunque también en los departamentos de Ñeembucú, Caazapá y San Pedro los compatriotas ya no saben qué hacer para enfrentar el infierno.

Las olas de calor llegan como las olas del mar a la playa, van y vienen, pero siempre son más fuertes y frecuentes. Y estando en la casa, la única opción es encender el acondicionador de aire… que a fin de mes se convierte en un problema con la factura de la Ande.

Pero por más aparatos que se sumen al sistema del hogar, el aire frío escapa por todos los recovecos, marcos, vidrios y hasta por las paredes, que no están hechas previendo mantener la temperatura.

Hasta ahora la mayoría de las viviendas en Paraguay son como el nido de las palomas, aireadas y lo más ligeras posible; sin embargo, hay que comenzar a pensar a futuro y analizar la sabiduría del hornerito, que desde siempre supo cómo enfrentar el problema del calentamiento global.

Los ingenieros –los de ahora, no los que hacían caminos en la época del Imperio Romano– avanzan e innovan sus estructuras, les dan mayor aprovechamiento de luz, ahorro de energía, pero las informaciones que llegan son alarmantes. Esta semana la Amazonía registró el récord de incendio de la historia para febrero, casi 3.000; mientras al Norte, en Texas, los bomberos trataban de controlar más de 32 incendios, al punto que la principal fábrica de bombas nucleares de EE. UU., Pantex, se vio obligada a interrumpir sus actividades a causa del peligro.

Menos mal que el 20 de marzo comienza el otoño, porque si no morimos de calor, la factura del aire acondicionado se encargará de que más de uno tenga un ataque cardiaco.

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