- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino.
En el segundo domingo de la cuaresma La Iglesia nos propone el evangelio de la transfiguración de Jesús en el monte Tabor. Delante de algunos de sus apóstoles Él manifiesta la gloria de su divinidad y al dialogar con Moisés y Elías, revela que Él es el Mesías prometido y esperado.
Ciertamente esta visión de la gloria de Dios, en Jesús trasfigurado, quería preparar a los apóstoles para el difícil momento de la pasión, donde ellos verían a Jesús completamente desfigurado, cubierto de llagas, sufriente y encarnecido. El recuerdo de la gloria debería ser para ellos consolación y fuente de esperanza en la fe.
Nosotros queremos hoy dedicar una pequeña reflexión sobre la voz del Padre eterno: “Este es mi Hijo amado: escúchenlo”. Estas palabras nos hacen recordar aquellas del bautismo de Jesús. Parece que cuando Dios Padre habla tiene siempre el mismo mensaje: «Jesús es mi Hijo: yo confío en Él, escúchenlo». De hecho, nosotros no tenemos otro camino de acceso al Padre eterno que no sea a través de Jesucristo. (Él es el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por Él. Jn 14,6) Quien quiere escuchar a Dios debe escuchar a Jesucristo. Él es la Palabra de Dios que se hizo carne y habitó entre nosotros. Nadie conoce o puede conocer mejor a Dios que su propio Hijo.
La cuaresma es tiempo de conversión, de transformación de nuestras vidas, de conformarnos a la voluntad de Dios. Por eso, la cuaresma es tiempo de escuchar su voz, de descubrir y redescubrir su proyecto para cada uno de nosotros. De buscar su voluntad ante las decisiones y opciones concretas que debemos hacer.
¿Dónde podemos escuchar a Dios? ¿Cómo podemos conocer su voluntad? En el evangelio de hoy Él nos dice que en Jesucristo lo podemos escuchar. Pero, ¿dónde podemos escuchar a Jesucristo?
En primer lugar, en los evangelios y en los otros libros del Nuevo Testamento. Allí encontramos las palabras del Nazareno que son eternas, válidas para siempre, hechas a medida para cada uno de nosotros. La Iglesia nos enseña que cuando la Palabra de Dios es proclamada y explicada en la liturgia es Jesús mismo quien está hablando con su pueblo. La Biblia puede ser también leída y meditada en los grupos, en las familias y hasta solo y será siempre Jesús quien nos habla, no con un mensaje del pasado, sino con una instrucción actual de quien conoce nuestra historia y nuestro corazón. Por eso, la cuaresma nos exige un contacto mucho más frecuente con la Palabra.
Es a mí y también a ti que el Padre eterno hoy nos dice: “Este es mi Hijo amado: escúchenlo.”
Dios nos habla también a través de la naturaleza. De hecho, Jesús es la Palabra por medio de la cual todas las cosas fueron creadas. Así que, en la belleza del universo, de una cascada, de una montaña, o de una flor, está también Jesucristo, Palabra viviente, dejándonos un mensaje. También en los avisos de alerta de la naturaleza, las inundaciones, las sequías, las altas temperaturas... podemos escuchar la voz de Dios pidiendo al hombre conversión y respeto por nuestra madre tierra. Dios nos habla también a través de los pobres. Ellos son para nosotros presencia de Jesucristo (Todo lo que hacen a uno de mis hermanos más pequeños, lo hacen a mí mismo. Mt. 25,40). Por eso, cuando un pobre nos extiende la mano, nos habla o pide ayuda, Él es para nosotros una oportunidad para encontrarnos con Dios. También los pobres nos evangelizan.
Seguramente existen también lugares en que Dios no nos habla, aunque muchos equivocadamente lo buscan. Por ejemplo: Dios NO habla a través del horóscopo, de las cartas, de los videntes, de sesiones espiritistas... La Biblia condena con mucha firmeza todas estas prácticas de adivinación y que buscan predeterminar el futuro (Dt. 18, 10-12). No son cosas de Dios, y Él no nos habla en ellas. La cuaresma es, por tanto, tiempo oportuno para abandonar todas estas prácticas que manipulan y esclavizan a muchas personas. Delante de estas cosas el Padre eterno diría: Allí no está mi Hijo amado: no escuchen.
Padre santo, gracias por tu amor para con nosotros. Gracias por hablarnos en Jesucristo. Gracias porque te haces accesible en Él. Toca nuestros oídos y la dureza de nuestro corazón a fin que podamos verdaderamente escucharlo.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.