- Por Marcelo Pedroza
- Psicólogo y magíster en Educación
- mpedroza20@hotmail.com
Salud, le dice Epicuro a Meneceo, en la eterna y famosa carta que le escribe. “Que nadie, mientras sea joven, se muestre remiso a filosofar, ni al llegar a viejo, de filosofar se canse. Porque para alcanzar la salud del alma, nunca se es ni demasiado viejo ni demasiado joven”.
“Carta a Meneceo” se constituye en una lección eterna de vida. Con su ejemplar pluma, Epicuro (341 a.C.- 270 a.C.) invita a reflexionar en todos los tiempos, más allá de las edades, y apela a asociaciones prácticas para hacerlo, alentando a vivir esa experiencia, como cuando dice: “Quien afirma que aún no le ha llegado la hora o que ya le pasó la edad, es como si dijera que para la felicidad no le ha llegado aún el momento, o que ya lo dejó atrás. Así pues, practiquen la filosofía tanto el joven como el viejo; uno, para que, aun envejeciendo, pueda mantenerse joven en su felicidad gracias a los recuerdos del pasado; otro, para que pueda ser joven y viejo a la vez monstrando su serenidad frente al porvenir”.
Los clásicos del pensar están vigentes en nuestros días. Son vitales, son elementales para vivir. Emocionan, hacen llorar y reír, generan un profundo contacto con uno mismo, estimulan el autoconocimiento, ayudan a activar el sentido de la admiración, permiten descubrir la belleza de las palabras, alientan a valorar las épocas y a las personas que las han vivido, en fin… llegan al alma.
“Debemos meditar, por tanto, sobre las cosas que nos reportan felicidad, porque, si disfrutamos de ellas, lo poseemos todo y, si nos faltan, hacemos todo lo posible para obtenerlas”', eso pensaba Epicuro.
El conocimiento en todas sus expresiones requiere de procesos constructivos basados en la conexión constante entre preguntas y respuestas, dando apertura a todos los tipos de pensamiento, impulsando el crecimiento y la influencia que el mismo ejerce en el entorno en donde impacta.
Entre sus tantos consejos, el maestro Epicuro pregonaba la práctica de lo que consideraba el bien máximo, el del juicio, al que le atribuía el origen de las demás virtudes, y argumentaba que una vida feliz es juiciosa, bella y justa.
Es necesario establecer un contacto directo y permanente con la abundante diversidad de mujeres y hombres que con sus enseñanzas han homenajeado la existencia humana.