Por lo general, la gente separa totalmente el dinero de lo espiritual, como si ambas cosas fueran totalmente contrapuestas. Se asocia el dinero con lo humano o carnal y a la Iglesia y la pobreza con lo espiritual. Así como siglos atrás el catolicismo romano y su clero fueron relacionados con la pomposidad, el lujo y el poder, hoy, ese “espíritu” (por llamarlo de esa manera) entró en muchos ambientes cristianos y se pregona desde muchos púlpitos un mensaje bastante centrado en el éxito humano, la abundancia económica y hasta el lujo como prueba del favor de Dios en los creyentes y en la Iglesia.
Pero estos temas, increíblemente, solo son realidades en algunos ministerios a nivel mundial, especialmente en los EE. UU. y en algunas sectas. La realidad del gran porcentaje de iglesias cristianas es totalmente otra: viven con lo justo, a veces con lo menos y en casos excepcionales con un poco más de lo que necesitan.
En ambos extremos algo no está funcionando y ambos extremos tienen un protagonista en común: el dinero. Algunos por su abundancia y otros por su escasez.
El protagonismo del dinero en el mundo secular es absoluto; sin él nada se puede hacer y es, en cierta forma, hasta un dios. En la Biblia tampoco pasa desapercibido.
Lo relacionado con dinero, que puede ser oro, plata, piedras preciosas, deuda, riquezas, pobreza y otros es el tema más tocado en la Biblia. Temas relacionados con las finanzas se mencionan más que la oración, la sanidad y la misericordia. Solo el pecado se menciona más que las finanzas. En el Nuevo Testamento, las palabras “amor”, “dinero” y “fe” son las más usadas. Jesús habló de la mayordomía de los bienes materiales más que del cielo y el infierno juntos, en uno de cada 10 versículos.
La palabra de Dios habla de la rivalidad y hasta del paralelismo que el dinero tiene con el Señor. La Biblia dice que “Jehová es escudo” (Salmo 3: 3-4) y que también el dinero es escudo: “Porque escudo es la ciencia y escudo es el dinero” (Proverbios 7: 12). La Biblia dice que el dinero es un señor y también Dios es un señor y no podemos servir a ambos. La Biblia dice que de Dios viene todo bien y del amor al dinero todo mal: “El amor al dinero es raíz de todos los males”.
La Biblia también advierte que el afán por el dinero puede causar problemas con la fe, la fidelidad y en todas las áreas de la vida (Eclesiastés 5: 10; Mateo 6: 24; 1 Timoteo 6: 10), y es cierto.
Por supuesto que todo esto no es porque Dios codicie nuestro dinero, sino porque conoce nuestro corazón y sabe que una de las tentaciones más poderosas que el ser humano experimentará es el amor al dinero o la codicia. Dios quiere nuestro corazón. “Donde está tu tesoro está tu corazón”, dice el Señor en el contexto de Mamón o “amor a las riquezas”. Evidentemente, para Dios, el concepto que tengamos de las riquezas y la manera en que manejemos nuestro dinero es muy importante. Nuestros gastos hablan del sentido moral de nuestras vidas.
Hay una relación directa entre nuestra conversión o la salvación y la relación que tenemos con el dinero. Un ejemplo de esto vemos en el caso de Zaqueo. Cuando él se convierte, dice que devolverá cuatro veces lo robado y le dará, de lo que sobra, la mitad a los pobres. Este fue un caso de victoria. Otro ejemplo es el del joven rico. Él no quiso renunciar a sus riquezas por Dios. Esto hablaba de sus prioridades y de la condición de su corazón.
Nuestra motivación es muy importante para determinar nuestra condición con respecto a Dios y las riquezas.
Cuando no hay contentamiento en nuestro corazón; cuando el dinero determina nuestras motivaciones, todo esto, evaluado de manera profunda y sincera, nos va a mostrar en qué condición estamos. El vivir siempre escaso o el jactarnos y ostentar lo que tenemos, ambas cosas hablan de un desequilibrio.