- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino
Encontramos en el evangelio de este domingo un pequeño diálogo entre un leproso y Jesús. Son pocas palabras, pero muy esenciales. Con su gesto y unas cuatro palabras aquel leproso abrió completamente su corazón.
En primer lugar, él se acercó. Los leprosos eran mantenidos lejos de todos, pues la lepra era contagiosa y para proteger a los demás, un leproso no podía acercarse a nadie. Pero, él se acercó. En su corazón sencillo y sufrido, él sentía que Dios no puede ser contaminado por su mal. Intuía que a Dios no le hace ningún daño cuando alguien se acerca para decirle que lo necesita, aunque esté en el peor estado. Sus pasos determinados eran marcados por la certeza de que Dios no lo rechazaría.
Pero, cuando estaba cerquita de Jesús, él se arrodilló.
Arrodillarse delante de otra persona es un gesto que habla por sí solo. Al mismo tiempo en que se reconoce la grandeza del otro, se revela la propia pequeñez, la necesidad y la convicción de que el otro te puede ayudar. Por eso a este gesto de súplica le acompañan las palabras: “Si quieres, puedes limpiarme”. Estas pocas palabras son una verdadera profesión de fe en Jesús, el Cristo. ¿Quién podría limpiar a un leproso, sino Dios? El leproso sabía que el Dios que había hecho todas las cosas, podría también rehacerlas. Pero, él sabía también que, más allá de lo que vemos y entendemos, existe el misterio de la voluntad de Dios. Muchas veces lo que creemos ser bueno para nosotros, se trasforma en nuestra perdición. Es por eso que este hombre dice: “Si quieres”. Al final Dios es siempre libre y sus proyectos están mucho más arriba de los nuestros.
La lepra, como todas las enfermedades, era vista –en el tiempo de Jesús– como fruto del pecado (¡y para causar lepra solo podría ser un pecado muy grande!). Es por eso que este hombre pide a Jesús para ser limpiado, ser purificado. Aunque sabemos que las dolencias no son castigos por nuestros pecados, esta súplica nos permite pensar en nuestra lepra espiritual, en las dolencias de nuestro espíritu, nuestros vicios y nuestros pecados.
Jesús tuvo compasión. La palabra con-pasión, es una palabra muy fuerte. Tener con-pasión significa participar de la pasión de la otra persona. (Pasión quiere decir el dolor, el sufrimiento como cuando decimos “la pasión de Cristo”, y no, en este caso, pasión como un sentimiento de un superafecto). Entonces, Jesús entró en el dolor de aquel leproso, sintió lo que él estaba sintiendo, le extendió la mano y lo tocó. Nadie podía tocar a un leproso porque se tornaba también un impuro. Pero como ya dijimos, Dios no puede contaminarse con nuestras impurezas. Si esto para el leproso era fe, para Jesús era certeza. Él no tenía miedo del leproso, no tenía miedo del pecador... Y Jesús le dijo: “Yo lo quiero; queda limpio”. Que palabras fuertes: esta es la voluntad de Dios: queda limpio.
Jesús, revelador del Padre, en este pequeño diálogo manifiesta el inmenso corazón de Dios. Nuestro Dios tiene con-pasión de nosotros, nos extiende su mano, nos toca y lleva en su corazón una voluntad, un proyecto sobre cada uno de nosotros.
Estimado/a hermano/a vivamos en primera persona el evangelio en este fin de semana. Acerquémonos a Jesús, no importa cuán impuros estemos, a Él no le vamos a contaminar. Pero que nuestro acercarnos sea sincero y lleno de fe. Arrodillémonos delante de Él. Y digamos: “Si quieres, puedes limpiarme”. y aún más, preguntémosle: ¿cuál es tu proyecto conmigo? ¡Y dejemos que Él nos toque! Amén.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te de la paz.