- Por el Dr. Juan Carlos Zárate Lázaro
- MBA
- jzaratelazaro@gmail.com
Lo realizado recientemente por el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), reestructurando y racionalizando la cantidad de cargos dentro del organigrama de la institución, es un buen ejemplo que también lo deberían de emular los demás ministerios y entes descentralizados que forman parte del Poder Ejecutivo.
Nadie podrá negar que tenemos un Estado obsoleto y paquidérmico en donde se impone más que nunca realizar estos tipos de reingenierías dentro de su estructura, disminuyendo al máximo la cantidad de capital humano a lo estrictamente necesario para que puedan seguir funcionando sin contratiempos.
En el caso del MEF, redujeron la cantidad de cargos de niveles superiores de 423 a 340 (equivalente a un 24 por ciento).
En su mayoría los ministerios y entes descentralizados están sobredimensionados en su estructura organizacional, lo que se constituyen en “cuellos de botellas” y burocracia, que ya no condicen con el siglo que nos toca vivir, en que la tecnología y procesos digitales están presentes en todos los estamentos y al alcance de un clic.
La superpoblación de capital humano dentro de la administración pública (aproximadamente 407.000 funcionarios, entre permanentes y contratados) sigue insumiendo el porcentaje mayoritario de los ingresos fiscales, que mes a mes deben provisionarse para el pago de sueldos y otros beneficios.
Estas estratégicas de racionalización de procesos no deberían asustarnos, pues lo importante no es enfocarnos en la cantidad, sino en la calidad de nuestros funcionarios, poniendo en marcha flujos de procesos abreviados y dinámicos que puedan dar a los contribuyentes respuestas rápidas a sus requerimientos y no como ahora en que tenemos que seguir esperando meses para que den su aprobación, salvo contadas excepciones pero que son mínimas.
Está en poder del Parlamento el proyecto de ley de reestructuración y modernización del Estado, en el que suponemos que estarían englobadas varias de estas necesidades de reingeniería estructural.
Es obligación del Viceministerio de Capital Humano estructurar y determinar todas las coordenadas necesarias para llevarlas adelante, pues ya no es posible mantener instituciones con 3 o 4 viceministros, y una infinidad de direcciones y subdirecciones que en vez de dar valor agregado terminan siendo un retroceso.
Se ha mencionado que es prioridad mejorar la calidad del gasto público, lo cual engloba un mayor nivel de racionalización, priorizando a todas las áreas que son vitales para nuestro desarrollo económico, como salud pública, calidad educativa, infraestructura y viviendas.
Es hora que nos despojemos del mero fanatismo político y nos concentremos en que en el 100 por ciento de nuestras instituciones podamos tener a un capital humano que reúna requisitos de meritocracia, capacidad, idoneidad y trayectoria profesional, dejando definitivamente de lado el prebendarismo y clientelismo que jamás podrían conducirnos a buen puerto.
Se torna necesario definir si lo que se tendrá en cuenta es el perfil académico-profesional del candidato o con ser un operador político ya es suficiente.
Es de suponer que todos los entes cuentan dentro de su organigrama con una Unidad de Organización y Métodos (O&M).
Es esta la que dentro de sus atribuciones y prioridades deberá tener instrucciones del ministro o del presidente para que hagan un trabajo técnico-profesional de análisis del perfil del puesto de todos los departamentos, y a partir de allí llegar a conclusiones sobre quién o quiénes merecen seguir dentro de la institución para que puedan dar resultados positivos tangibles.
Ya no es posible seguir teniendo a personas en posiciones relevantes dentro de las organizaciones carentes de la formación académica-profesional que les permitan desempeñarse con eficiencia apuntando siempre a la excelencia.
Hablamos mucho acerca de la importancia que reviste trabajar en equipo y ya no más en compartimentos estancos que no generan resultados positivos, pues ya es un “modus operandi” del siglo XX.
Lo importante es que haya coherencia entre lo que se dice y lo que se hace en la práctica, pues de lo contrario no pasan de ser meras retóricas marketineras.