- Por el Dr. Juan Carlos Zárate Lázaro
- MBA
- jzaratelazaro@gmail.com
Luego de una década en que el almuerzo y merienda escolar estuvieron centralizados en manos de las gobernaciones y municipios del interior de nuestro país, además del MEC, el Gobierno nacional tomó la decisión a través de un proyecto de ley presentado al Parlamento por el que se centralizará en el Ministerio de Desarrollo Social dicha responsabilidad para nuestros niños de escuelas de Asunción, del departamento Central y de Villa Hayes.
Diseñado originalmente para atenuar el déficit alimentario observado, con recursos que provenían del Fonacide y del Tesoro (F-10), transferidos cada año a dichas instituciones con escasísimo resultado, pues en vez de ser utilizado para los propósitos primarios, una gran parte fue dilapidado, utilizándose como botín de enriquecimiento ilícito, haciendo que apenas 200.000 alumnos (15 %) de los 1.300.000 niños a nivel país tuvieran la suerte de recibirlo, aparejado de un débil control, permitiéndoles a estas “autoridades” durante una década disfrutar de dichos recursos para nuestros niños.
Si de 180 días de clase solo recibían el almuerzo y merienda para 30 días, pone en evidencia la corrupción que todo esto trajo aparejado.
Denota la escasa sensibilidad de los gobernadores e intendentes, quienes a pesar quizás de tener hijos en edad escolar o nietos nada les importaron, más que “engordar a sus propios bolsillos”.
No nos debería extrañar el enojo del gobernador del departamento Central y probablemente también en algún momento de los del interior de nuestro país, si no llegaren a hacer buen uso de los recursos a recibir, pues ya no es posible seguir tolerando a estos personajes que atentan contra la salud de nuestros niños sin importarle su bienestar psíquico, físico y emocional.
Miles de niños viven en situación de pobreza en nuestro país, quienes acuden a la escuela con el estómago vacío con la esperanza de recibir el almuerzo, pues el 25 % de nuestra población está en dicha situación, con el agravante de que los de pobreza extrema (no tienen capacidad de acceder tan siquiera a un plato de comida al día).
Enfatizamos mucho acerca de la calidad educativa, y del papel que desempeña el proceso de enseñanza-aprendizaje en nuestros niños.
Resulta imposible pretender pedirles un buen nivel de desempeño a estos chicos dado que muchísimos observan desnutrición por no poder alimentarse todos los días como todos quisiéramos.
Una alimentación deficiente afecta no solo a la función física, sino directamente a nuestro cerebro, disminuyendo sensiblemente nuestra capacidad cognitiva, siendo una de las razones primarias de la cada vez mayor deserción escolar a nivel país.
Con el Fondo Nacional de Alimentación Escolar (Fonae), se busca controlar y centralizar los recursos destinados a la alimentación de nuestros niños que permita de una vez por todas que tanto el almuerzo como la merienda puedan llegar al 100 % de las escuelas.
Desde un inicio tuvo que haber sido así, pero la corrupción imperante dejo por 10 años subalimentados a nuestros escolares.
Es una de las razones primarias de la pérdida de confianza en los mismos, salvo honrosas excepciones, obligando al Gobierno a tomar estos tipos de decisiones.
Recién en unos meses más podríamos opinar con mayor propiedad, si realmente se ha cumplido o no todo lo previsto dentro de este proceso de reingeniería alimenticia.
Nuestros niños se merecen toda la atención y protección de parte del Gobierno, pues de lo contrario sería mera retórica hablar de calidad educativa y de niños sanos y fuertes si están mal alimentados.
La responsabilidad primaria de los que tendrán a su cargo el manejo de dichos recursos no se limita exclusivamente al llamado a licitación, sino asegurarse que las raciones alimenticias sean nutritivas y como dijo un médico pediatra que contengan todos los micronutrientes necesarios dejando de lado la comida “chatarra”, para que se puedan ver en el corto plazo resultados tangibles.
Llegar a los 1.300.000 niños en todo el país debe ser el gran desafío que permita al final de año ver a chicos fornidos y enérgicos que concluyan el periodo escolar entendiendo y comprendiendo lo que sus maestros transmiten en el aula.