El pasaje es rapidísimo. De la colección de los pequeños instantes se nutre la vida. Se almacenan como representaciones que activan constantemente la pulsión que alienta a seguir hacia adelante. Así la conciencia de la transitoriedad de los momentos busca el sostén necesario para que el pasar, a pesar de ser inevitable, tenga la posibilidad de ser mentalmente inolvidable. Entonces ese tránsito veloz de los hechos se transforma en un generador emocional pausado y progresivo que advierte, nota, siente, distingue, considera y estima la acción de pasar por este mundo.

El proceso ineludible del tiempo tiene una notable similitud con el fluir de las emociones, es que ambos brotan una y otra vez, forman una dupla fenomenal; se encargan de abastecer a la existencia porque le dan tiempo y emociones. Se podría decir que la vida es un tiempo de emociones. Es el tiempo la dimensión física que representa la sucesión de estados por los que pasa la materia. También se lo conceptualiza como el periodo determinado durante el que se realiza una acción o se desarrolla un acontecimiento. Por otra parte, se define a una emoción como un estado afectivo que se vive, una reacción subjetiva al ambiente que viene acompañada de cambios orgánicos, de origen innato, influidos por la experiencia. Para la Real Academia Española la emoción constituye un interés repleto de expectativa con que se participa en algo que está sucediendo.

Hay un tiempo para vivir. Esencialmente es abundante. La aceptación de su paso es determinante para el bienestar del ser humano. La comprensión de su presencia abre el mundo de los sentidos y estimula la búsqueda de las realizaciones que, ante su fugacidad, se constituyan como sustentos emotivos para seguir avanzando día a día. Por eso en el tránsito de los instantes se aprende a vivir, a desarrollar las ideas, a programar los objetivos, a planificar hacia dónde focalizar las acciones, a hacer lo pensado; entendiendo que el aprendizaje se encuentra en cada situación.

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La vida es un testimonio de trascendencia, en ella la plenitud se alcanza a través de la simpleza de los detalles que elevan al otro. Esa es una misión permanente que está al alcance de todos y que es elemental que se transmita de generación en generación, año tras año, día tras día.

Es maravilloso animarse diariamente a construir el presente de la vida. El mismo se crea, se asume y se valora. En esa gran labor hay que inmiscuirse con lo que se posee, para ello hay que quererse y respetarse, es que en el interior de uno mismo reside el esplendor de la vitalidad. Esa apreciación personal se exterioriza al convivir con los demás y se retroalimenta junto a ellos.

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