- Por Marcelo Pedroza
- Psicólogo y magíster en Educación
- mpedroza20@hotmail.com
Es vital la educación. Debe constituirse en el eje existencial de la sociedad. Y por tanto, acompañar a cada vida durante todo su ciclo terrenal. El desarrollo del ser humano la requiere en sus diferentes etapas. En ella viven las potencias que se transforman en virtudes. Sus efectos ayudan a entender, a comprender y a dimensionar el sentido de vivir.
En una obra ejemplar titulada “Sócrates, maestro de vida y de filosofía”, escrita por la profesora de la Universidad de Bolonia Beatrice Collina y traducida por Irene Oliva Luque, la autora logra cautivar al lector a través de la narración de la vida del genial griego. Collina expresa: “Sócrates consideraba la virtud como un elemento profundamente íntimo: no había que ser virtuoso para obtener reconocimiento público y exterior; todo lo contrario, se necesitaba ejercer la virtud de acuerdo tan solo con la propia conciencia”. Las enseñanzas del filósofo nacido en Alopece, Antigua Atenas, aspiraban a generar la comprensión de uno mismo.
Es el pensamiento de Sócrates (470 a.C. - 399 a.C.) uno de los tesoros de la educación. Él es universal, su discípulo Platón lo eterniza en sus obras, como, por ejemplo, en la “Apología de Sócrates”. Su pensar transciende de generación en generación. El conocimiento es virtud y la ignorancia vicio, sostenía quien transformó el horizonte de la filosofía.
“Destacar como hombre significaba para Sócrates destacar en el arte del buen vivir, del comportarse bien. Pero, ¿qué quería decir exactamente con esto? Sócrates reconocía que la capacidad de pensar, de reflexionar, era la principal característica de los seres humanos; en consecuencia, comportarse de forma virtuosa debía consistir en desplegar al máximo esta posibilidad. Razón y virtud eran concebidas como si estuviesen unidas indisolublemente. Por este motivo, para describir la ética socrática, se utiliza por lo general la expresión racionalismo moral. Sócrates, en efecto, concebía la virtud como ciencia, al considerar que el hombre solo podía distinguir entre lo que está bien y lo que está mal a través de la razón y el conocimiento”, escribe Collina.
Se puede enseñar a ser virtuoso. Se aprende a discernir, a interrogarse a sí mismo, a evolucionar, a crecer. Sócrates pregonaba atreverse a indagarse, a preguntarse constantemente sobre si el conocimiento adquirido necesitaba ser reformulado; por consiguiente fue un precursor de la promoción del pensamiento innovador.
Hay que cultivar ambientes en donde el pensamiento se focalice en la construcción de alternativas prósperas. En donde hay educación hay prosperidad. Collina, en la obra citada precedenemente, indica: “Para Sócrates, ningún hombre habría podido actuar con maldad por voluntad propia: quien cometía una acción malvada o injusta lo hacía solo porque ignoraba cuál era el verdadero bien; si lo hubiese sabido, habría actuado de otra forma. Este aspecto nos evoca el optimismo que el filósofo albergaba respecto a la naturaleza humana: no consideraba en absoluto que el hombre pudiera ser una criatura malvada per se. Mediante una educación adecuada y el ejercicio de la razón, cualquiera habría sido capaz de comprender el valor extremo de la virtud y optar por ella”.