- Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
- Dr. Mime
¿Cuántas veces nos encontramos pasando en una comida con amigos un momento agradable, y mirando el reloj ya tenemos que marcharnos a casa? O por el contrario, ¿cuántas veces nos parece que una clase sumamente aburrida se extiende por largos e interminables minutos que nunca parecen llevarse el tiempo consigo? Pues bien, señores: el tiempo sí es relativo. Y quien mide esa relatividad no es un aparato artificial ni un artilugio de laboratorio, sino nada más y nada menos que nuestro cerebro. El reloj interno que cada ser humano lleva dentro de sí indica generalmente en relación con las emociones cuándo acelerarse y cuándo frenarse.
Por ejemplo, ante situaciones de riesgo, el reloj cerebral parece correr más rápido de manera de tener mayor velocidad de reacción, y a activar mecanismos de cooperación para realizar sus acciones. Neuronas dentro del cerebro posibilitan la medición exacta del tiempo, pero factores como la liberación de un neurotransmisor poderosamente estimulante para la actividad neuronal como la dopamina obligan a la fluctuación relativa del tiempo para el cerebro: a mayor concentración de dopamina, mayor velocidad del reloj cerebral y, de resultas, el tiempo corre más rápido.
Podríamos pensar que estas alteraciones de nuestro reloj cerebral podrían deteriorar la maquinaria del mismo. Sin embargo, hoy en día sabemos que es un mecanismo de adaptación que ha permitido la supervivencia de la especie, al preparar al cerebro para rápidas respuestas ante eventos determinados. Este reloj interno puede aumentarse o disminuirse en su percepción del tiempo mediante la observación de estímulos externos. Por ejemplo, al observar un rostro triste, el reloj aumenta la velocidad de percepción del tiempo debido a que se activan mecanismos que hacen que el cerebro quiera prestar atención y ayuda a quien sufre. Así también, si se observa una escena escabrosa como la de las decapitaciones que son levantadas a internet por estos días hechas por extremistas islámicos, el cerebro acelera el tiempo ya que no presta atención detallada a lo que le parece agresivo, y de esa manera nos parece que transcurre todo más rápido que lo habitual, de manera a que lo repulsivo y que trastorna “pase rápido”. A la inversa, cuando nos aburrimos, el tiempo pasa muy lento, ya que el cerebro debe prestar atención a todo, y el procesamiento global final es lo que nos causa aburrimiento… ¡¡¡no termina nunca!!!
En estudios del año 2023 solo se identificaron dos áreas cerebrales que subyacen al juicio de duración: el área motora suplementaria (AMS) y la corteza insular. La AMS es una estructura cerebral para controlar las acciones motoras y la ínsula es la región cerebral decisiva para detectar las señales corporales. La AMS a partir de entonces estaría involucrada en el control del tiempo de los movimientos, la ínsula generaría nuestra sensación subjetiva de duración. Este tiempo subjetivo emerge a través del sentido de los procesos corporales que cambian dinámicamente a lo largo del tiempo, y el área del cerebro que regula los sentimientos corporales, la ínsula, también crea el sentido del tiempo. Por ejemplo, cuando estamos esperando que algo suceda, sentimos intensamente nuestro yo corporal y emocional, y el tiempo se arrastra.
Bueno, no les hago perder más tiempo por hoy. Como es una cuestión DE LA CABEZA, espero que recuerden, sobre todo los docentes, este apartado la próxima vez que den una clase o trabajen utilizando el “tiempo ajeno”, y se dispongan a torturar a su audiencia con datos, cuadros, esquemas y largas diapositivas que solo lograrán que el tiempo medido por los cerebros de su auditorio sea eterno. Einstein tenía razón: el tiempo es relativo..!!!