Su nombre poco común para el siglo pasado, que provenía del segundo rey de Roma (sucesor del fundador Rómulo) le otorgaba al señor Numa Pompilio un aire de sabiduría y respeto. Amante de la lectura, coleccionaba desde Selecciones del Reader’s Digest, libros de psicología, filosofía y hasta de esoterismo. En aquella época no había celulares ni podcast, ni Youtube, ni reels, solo lectura, la que con los años lo convirtieron en un gran narrador de historias, todas verídicas.

En cierta ocasión contó el caso de una vaca “perjudicial” que, muy astutamente, logró burlar el portón y el alambrado de un vecino para entrar en el jardín ajeno y devorar el delicado menú, una verdadera ensalada gourmet, nada de simple pasto, sino que lo mejor, como petunias, begonias, azaleas, portulacas y de postre las exóticas orquídeas que tan cuidadosamente colgaban de ramas y bases de troncos de cocoteros como si fueran su propio buffet.

El propietario de casa, al ver devastado su pequeño paraíso, montó en cólera y lo primero que pensó fue en tomar su arma y pasarle la factura de la consumición con letras de plomo.

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Afortunadamente, el sentido común pudo más que la ira, pero ató al animal durante varios días esperando que apareciera el responsable para reclamarle su pérdida. Sin embargo, el tiempo pasaba y su corazón se ablandaba, por lo que decidió soltar a su prisionera no sin antes colocarle una severa esquela de advertencia en la oreja derecha.

Escribió: “Al dueño de esta vaca, le aviso que la próxima vez que entre a destruir mi jardín la llevaré al matadero para recuperar mis pérdidas”. Luego desató el nudo y el rumiante, con parsimonia, se alejó hasta desaparecer de su vista.

Dos semanas después reapareció la vaca con la misma característica parsimonia y el colérico dueño del jardín tomó un palo para castigar al animal, pero cuando iba a asestar el golpe se percató de que aún llevaba la esquela... ¡pero estaba del lado izquierdo!

Con curiosidad, se acercó al inocente cuadrúpedo y tomó el papel, que decía: “Lamento mucho las molestias ocasionadas por mi vaca, pero es muy astuta y ama la libertad. Es nuestra única lechera y si la perdemos mis hermanitos no tendrán alimento. Soy un estudiante universitario que trata de salir adelante de manera honesta”.

El hombre se compadeció del joven y hasta le cayó bien su asesina de jardines. Estaba arrepentido por haber reaccionado con tan poca empatía.

Este caso de gracioso arrepentimiento me vino a la mente luego de leer sobre el ladrón borracho que en diciembre robó una moto y pasados los efluvios alcohólicos y darse cuenta de lo que había hecho, a escondidas llevó el biciclo cerca de una base de la Patrulla Caminera para devolverla. Como en el caso anterior, también dejó una esquela.

El arrepentimiento es tan viejo como el hambre y muchas veces es posible enmendar los errores cometidos; otras no, y las consecuencias perduran toda la vida.

Una simple vaca lechera hacía posible que unos niños se alimentaran y pudieran ir a la escuela con el desayuno y la felicidad puestos y la oportunidad de una familia de salir adelante.

Desde que surgió la iniciativa de la merienda y almuerzo escolares, los buitres carroñeros intentaron todas las veces que pudieron obtener una tajada a costa de un mal servicio o directamente privándoles a los alumnitos de su derecho.

Por eso, el anuncio del proyecto hambre cero en las escuelas, con el que el Gobierno pretende triplicar la inversión anual en almuerzo escolar, es una muy buena noticia. Hablan de USD 270 millones que deben servir para alimentar a niños, no a los buitres.

Apenas hace horas Contrataciones Públicas informó al Congreso sobre las denuncias hechas en la Contraloría por los manejos poco claros del dinero que debería ser para la alimentación de los alumnitos. Según el documento, descubrieron que unas 80 municipalidades “tienen irregularidades al implementar la alimentación de los chicos”.

Es imperioso un control serio y menos complacencia para los que desvían las intenciones del desarrollo de los niños y de la patria. Si los buitres siguen revoloteando, las plantas de este jardín nunca florecerán.

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