• Por Pepa Kostianovsky

De pronto resultan pintorescas las respuestas que el nuevo presidente argentino lanza ante los reclamos de los sindicatos. Valga como ejemplo la que dio a los trabajadores de Aerolíneas Argentinas, que a su criterio y comparativamente con otras compañías aéreas privadas, ocupa a tres veces más empleados de los que necesita para operar. “Le regalo Aerolíneas al sindicato, adminís­trenla como ustedes sabrán hacerlo”. Después de 10 minutos de pensar la propuesta, la diri­gencia sindical respondió que podían aceptar el regalo, pero con la condición de que el Estado se ocupara de cubrir los gastos y los déficits.

La anécdota es graciosa, pero la realidad es que se quedan en la calle, 2/3 de los empleados, que no tienen la culpa de que las administraciones anteriores hayan sido desastrosas, ya por deshonestidad, ya por incompetencia. O porque, a decir verdad, para el que administra la cosa pública, no hay mayor preocupación por el rédito o el buen uso. Total, no es su boliche, él cobra su sala­rio (si puede hacer un negocito al margen, lo hace), pero si las cuentas no cierran a fin de mes, o cubre el erario público, o va al “rojo”.

Las empresas públicas no van a la quiebra. En ese sentido, la privatización de las empre­sas estatales es la garantía de que “el ojo del amo engorde el ganado”. Pero, hay que recor­dar que estamos hablando de empresas que lo que ofrecen son servicios públicos esen­ciales, que no pueden quedar librados a los monopolios, oligopolios, o sindicapolios. Conste que hay en el mundo excepciones increíbles, como la salud pública en Israel, que es manejada por la Histadrut, es decir, por el polisindicato y funciona de maravillas.

¿Cómo lo logran? No sé. Pero volvamos a las decisiones del señor Milei, que al margen de cortar los planes kirchneristas, que finan­ciaban a miles de familias de desocupados, con sumas en algunos casos superiores a las que ganaba un obrero, o una empleada, y fomentaron el “para qué voy a buscar tra­bajo si el Estado me paga por quedarme a juntar piojos”. No solo lo pensaban, sino que lo decían. Los cronistas de prensa recorrían los suburbios, y la gente sin el menor pudor contaba que cobraba un plan de acá y otro de allá, con lo que sumaba igual o más que lo que ganaba una vecina que se levanta a las 4 de la mañana, toma dos colectivos, trabaja 8 horas, almuerza un paquete de criollitas, y vuelve a esperar dos colectivos, y a hacer el viaje de dos horas para llegar a su casa. Y la hija le dice,”apurate, vení a verla a la de al lado que sale en el noticiero”.

Bueno, eso ya no pasa, “la-de-al-lado” vuelve a salir en el noticiero, pero con otro discurso. Está en la calle y comiendo de una olla popu­lar. Milei la jodió. Pero no solo jodió a las de al lado. También los reventó a los que iban a trabajar, y que ahora se encuentran con que los despiden porque el patrón tiene que achicar sus costos, o sigue con la rutina de las 4 de la mañana, los colectivos, las ocho horas, pero el alquiler le subió el 40 %, los pasajes se triplicaron, y ni hablar del paquete de galletitas.

La inflación de diciembre fue de más del 25 %. Y…había que sincerar, no se podía seguir subsidiando el combustible, el trasporte, la luz, el gas. Los precios no serán reales. De acuerdo, señores, “viva la libertad”, hay que sincerar. Pero vamos a sincerar todo y, en especial, sincerar el valor del trabajo de la gente. Porque si hay algo que siempre se queda para el final, es el salario del tra­bajador. Y si todos los precios se sinceran, es decir, que expresan su verdadero valor, empecemos por considerar el valor del tra­bajo. Del que trabaja con la pala y del que tra­baja con una computadora, de la mucama y de la cirujana, del emprendedor y del presi­dente de la nación. Si vamos a ser sinceros, seamos también serios.

Etiquetas: #Sincerando

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