- Por Emilio Daniel Agüero Esgaib
- Pastor principal de la iglesia Más Que Vencedores
- www.emilioaguero.com www.mqv.org.py
La fe empieza como un grano de mostaza, pero debe ir creciendo hasta ser una fe profunda, que eche raíces profundas. Ese tipo de fe que sostenemos en los momentos más difíciles de nuestras vidas, cuando no tenemos nada de qué agarrarnos para sustentarla más que las promesas de Dios.
Es un tipo de fe que se sostiene cuando todo está en contra de ella: las circunstancias, la soledad, la total falta de evidencia para seguir creyendo, la decepción hacia otros e incluso hacia nosotros mismos. Cuando terminamos en un lugar en el que jamás creíamos que íbamos a terminar, que incluso no buscamos y cuando pensamos que no merecemos esas circunstancias que estamos viviendo. Cuando hicimos todo bien y nos salió todo mal. Cuando creíamos con todo nuestro ser, pero aún así no se dieron las cosas como creíamos que se iban a dar. Cuando estamos en una soledad tal que nadie nos podrá entender.
Llega un momento en que tenemos que subir solos al monte a buscar la provisión de Dios. Como Abraham que, cuando tenía que subir al monte Moriah a sacrificar a su hijo, al hijo de la promesa, en quien tendría herencia, en quien estaba su esperanza y legado, del cual saldría una nación escogida, Dios le ordenó ir a sacrificarlo (Génesis 22.1-19).
Es inimaginable sentir lo que pudo haber sentido Abraham desde que Dios le dio la orden hasta que le proveyó el carnero para que sustituya a su hijo tres días después.
Preparó su asno, mandó llamar a dos sirvientes, juntó provista para tres días y alzó a su hijo sobre el asno.
¡Qué conflictos más profundos habrá tenido esos días en su mente! ¿Cómo administró tanta tensión y confusión? Su mismo Dios, que decía aborrecer el sacrificio humano que era una costumbre pagana de su tiempo, el cual el mismo Dios de Abraham lo había condenado, pidió que lo hiciera. ¿Cómo puede ser eso? ¿Se contradice? ¿No es un Dios coherente? ¿Qué dirá Sara (madre de Isaac y esposa de Abraham) después de que mate a su hijo? ¿Qué clase de padre mata a su amado hijo y qué clase de Dios pide que se haga tal cosa? Nada de esto tenía sentido y no había una respuesta coherente para estas preguntas. Todo indicaba que algo estaba fallando muy gravemente en la lógica que se suponía que tendría un Dios tan grande.
De seguro oraba, de seguro preguntaba a Dios qué estaba pasando, pero Dios no hablaba. La última orden, días atrás, había sido: “Sacrifícame a tu hijo”. Punto, nada más, ninguna explicación, ninguna palabra de aliento; una orden seca y dura, luego, un abrumador silencio.
Podemos imaginarnos muchas cosas: lo que pensó, lo que habló con su hijo o los criados, que no tenían ni idea de lo que iba a acontecer; lo que oraba, cómo se despidió de Sara (su mujer), las palabras que le dijo. De seguro Sara le encomendó un cuidado especial del joven Isaac: “Abraham, cuida como a tu vida a nuestro hijo. Sabes que es la promesa de Dios, sabes que en él está nuestra esperanza. Cuídale. Te amo”. ¿Cómo habrá tomado esas palabras? No solo mataría a su hijo, acarrearía un dolor insoportable a su esposa y su reputación se destruiría. Todo por una voz que oyó, una fe. Él estaba absolutamente solo, solo con su fe.
Cuando llegan al pie del monte le dice a sus criados que esperen ahí, que él subiría solo con el muchacho, y dijo: “Iremos, adoraremos y volveremos”. ¿Volveremos? ¿Por qué dijo eso? ¿Mintió o fue una declaración de fe? Sí, fue una declaración de fe porque, en medio de su confusión, dolor y angustia, él siguió creyendo a Dios.
La historia termina cuando Dios impide a Abraham concretar la orden. Es importante aclarar que nunca fue la intención de Dios que él lo haga, solo lo estaba probando y lo halló aprobado. Dios le dio una salida y un destino glorioso a un hombre de fe que confió en Dios más allá de su lógica. Así también, podríamos pasar pruebas muy difíciles y pensar que Dios nos abandonó o que, incluso, no existe, pero si perseveramos un poco más, de seguro, ahí cerca, frente a nuestros ojos, veremos la salida y su bendición.