- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
Paralelamente a los controversiales proyectos (económicos, políticos y sociales) presentados por el presidente argentino Javier Milei al Congreso de la Nación se dio a girar la ruleta de si cuánto tiempo aguantará en el poder. Desde chamanes peruanos hasta el Financial Times especulan que será complicado que concluya su mandato.
El medio británico de orientación centrista incursionó hasta las vísceras (como los antiguos arúspices) de La Libertad Avanza para insinuar una probable conspiración interna que involucra a la actual vicepresidente Victoria Villarruel, de tendencia ultraconservadora, quien, aparte de oponerse radicalmente a la legalización del aborto y la enseñanza de los derechos LGTB en las instituciones educativas, fundó una organización no gubernamental para darle otra mirada al proceso de la dictadura militar en su país (1976-1983) y sus 30.000 desaparecidos: desde la óptica de las víctimas de la guerrilla.
Al parecer, el nuevo mandatario tampoco le cumplió las promesas de cupos relevantes dentro del Gabinete. Resumiendo: el periódico mencionado hace un paralelismo entre la personalidad “excéntrica, loca y airada” de Milei y la “figura política más pulida, oradora centrada y seria, políglota y capaz de construir consensos” de la primera en la línea de sucesión.
El interés de posicionar a Villarruel tiene bastante sentido atendiendo a la experiencia nefasta de 2001, cuando la anarquía gobernó Argentina ante la renuncia, en diciembre, del presidente Fernando de la Rúa (Unión Cívica Radical-UCR) y, un año antes, del vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez (Frente País Solidario-Frepaso), quien apenas duró diez meses en el cargo, puesto que dimitió en octubre de 2000, previa denuncia de corrupción tanto en la Administración Central como en el Senado de la Nación. Entonces, en los últimos dos años hubo cuatro presidentes: Federico Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Camaño y Eduardo Duhalde. A partir de ahí, la esencia del Partido Justicialista (PJ), fundado por el general Juan Domingo Perón, fue licuándose en sucesivas coaliciones partidarias, como el Frente para la Victoria (FPV) que llevó al poder a Néstor Kirchner en 2003, aunque hay que reconocer que su vocación frentista ya viene de 1973 (Frente Justicialista de Liberación), pero de innegable sello peronista, que convirtió en presidente de transición a Héctor J. Cámpora.
Cristina Fernández de Kirchner (CFK), 2007-2011 y 2011-2015, antepuso, según mi particular lectura, el Frente para la Victoria al Partido Justicialista y el kirchnerismo al peronismo. Arremetió para un pretendido punto de quiebre entre dos períodos políticos con su propia marca cultural: lo nacional y lo popular (Nac & Pop). Hasta que el FPV, con Daniel Scioli como candidato, sucumbe ante Mauricio Macri (Juntos por el Cambio) en 2015.
Cuatro años después, Alberto Fernández retoma la posta, gana en primera vuelta con el Frente para Todos, que algunos analistas ya calificaron como una alianza entre el peronismo y el kirchnerismo, dando a cada sector una entidad propia y diferente. Ahora, Sergio Massa, de Unión por la Patria (con el PJ como integrante de la coalición), perdió ante Javier Milei, de La Libertad Avanza. A mi entender, en ese periodo fueron desdibujándose sus símbolos, el discurso de sus figuras históricas y desviándose de sus proclamas originales, bajo el imperio de las fuerzas internas.
A diferencia de lo que ocurrió con la Asociación Nacional Republicana en 2008, en que hubo un largo tiempo de desazón, silencio y aturdimiento por el golpe provocado por un revés electoral inédito, la reacción de los peronistas fue inmediata. Aquí, la oposición decretaba la llanura de por vida de los colorados, y dentro de la propia asociación política no fueron pocos los que presagiaban un largo ostracismo y la urgencia de buscar alianzas con otras organizaciones para intentar retornar al poder alguna vez. Pero un veterano oteador de escenarios posibles, Juan Carlos Galaverna, interpretó que la solución no estaba dentro, sino fuera de la ANR. Y junto al fallecido Martín Chiola, Óscar Vicente Scavone y Ricardo Giménez, convencieron a Horacio Cartes para afiliarse al histórico partido.
El resultado es bien conocido por todos. Allá, el primero en asumir el protagonismo en esa tierra desolada fue Axel Kicillof, gobernador reelecto, en primera vuelta, de la provincia de Buenos Aires, quien rápidamente está articulando la reagrupación del peronismo dentro de su territorio. A través de las redes sociales y algunos medios tradicionales se vuelve cada vez más protagonista el dirigente social Juan Grabois, quien, en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), obtuvo más de 1.200.000 votos por la Lista Justa y Soberana, detrás de Sergio Masa, de la Lista Celeste y Blanca, ambos dentro de Unión por la Patria. Por tanto, no es ilógico pensar que podrían constituir una fórmula única (Kicillof y Grabois) para dentro de cuatro años.
Los especuladores mediáticos y algunos politólogos hablan de un “proceso de reconstrucción del peronismo”. Aunque los detractores de Kicillof le acusan de ser “un marxista disfrazado de keynesiano”, volvió de nuevo al discurso peronista y sus ejes fundamentales de empoderamiento de las clases populares, superando los límites de los planes asistencialistas. Desde la vieja guardia, Guillermo Moreno, exsecretario de Comunicación durante el gobierno de Néstor Kirchner y de Comercio Interior en la época de CFK, conforma el triángulo de la restauración del legado de Perón. Hasta resucitaron un video de Diego Armando Maradona cantando la “marcha peronista”. El rostro de Evita vuelve a agitarse en las calles. “¡Hay que retornar a la raíz!”, pareciera ser la consigna.
Aquí, la Asociación Nacional Republicana nunca pudo recuperar, desde 1954, sus ejes programáticos y su matriz doctrinaria. Y en los últimos años, asesores chuchis mediante, el color blanco fue suplantando al rojo y las músicas de moda a su tradicional polca. Hasta tengo la impresión de que no son pocos los que sostienen la idea de vestirlo con un ropaje predominantemente urbano. Por eso, sus líderes deberían aprender de lo que ocurrió con el peronismo en Argentina: por aquello de que “cuando veas las barbas de tu vecino arder…”. Buen provecho.