Jaime Zuñiga, director del Club de Ejecutivos del Paraguay

Desde hace unas semanas se han viralizado por distintos medios muchos casos de posible nepotismo en distintas instituciones, incluido el Congreso.

Es un secreto a voces que la intención de acceder a cargos públicos y políticos tiene por finalidad el lucro personal, pero ha de haber excepciones. Una de las modalidades, creo, preferidas para lograr este repunte económico individual es la ubicación, por distintos caminos, de familiares en oficinas del Estado. Esta familia nuclear compuesta por cónyuges e hijos, en algunos casos abarca a la familia extendida, que en muchos casos ostentan su situación de privilegio, nos hace sentir que el Estado se asume con un gran grupo de empresas familiares, con distintas variantes.

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Lo peor de todo es que hasta se ve como normal el proceso de legado que muchos actores políticos planifican en el tiempo. Entiéndase por legado a aquello que se propone hacer sustentable y sostenible en el tiempo, para el disfrute de las siguientes generaciones, algo característico de una empresa familiar. Cuando el fundador decide que la empresa familiar se convierta en un legado, articula de distintas maneras, a veces empíricas, mecanismos para que su emprendimiento, convertido en empresa con el transcurrir del tiempo, pueda pasar de generación en generación. Los más precavidos realizan un proceso de gobernanza familiar corporativa.

Qué gratificante es ver cuando una familia decide iniciar un proceso para lograr la sustentabilidad de la empresa familiar. Pero qué mal es ver que está instalado, pareciera, en el ADN de la clase política que el Estado puede ser una empresa familiar, y que además puede perdurar en el tiempo.

Hemos visto a muchos actores políticos en estos días esgrimiendo argumentos para alejar lo más posible la figura del nepotismo de su círculo familiar asalariado por el Estado. En ningún caso, particularmente, he leído o escuchado que el hijo o el cónyuge participaron de un proceso y hayan sido seleccionados por méritos. ¿Habrá quienes seguramente den con el perfil para el puesto que ocupan? Puede ser. Pero para eso existen los concursos de méritos.

Cuando en un proceso de gobernanza familiar corporativa se debate sobre la incorporación, o no, de familiares dentro de la gestión de la empresa, normalmente se acuerdan los requisitos que deben cumplir dichos familiares para su ingreso. Esto nos señala que hasta en las empresas familiares que efectivamente buscan el profesionalismo y la institucionalización para perdurar en el tiempo, se descarta el “nepotismo” y se adopta el “concurso de méritos”. No basta solo con el apellido o el parentesco, y eso que hablamos de empresas familiares. ¿Por qué? Porque lo que se busca es el bien común a largo plazo, protegiendo a la empresa y protegiendo a la familia.

Ya de por sí el aparato estatal carcome casi en su totalidad el presupuesto de la nación con el rubro salarios, y es este tipo de situaciones que arrojan ese balde de agua fría que despierta a la crítica unánime de quienes hacen su día a día con esfuerzo en el sector productivo. ¿Cómo llegar a entender que en el Poder Legislativo existan asesores recién salidos del colegio?

Esta situación altamente arraigada en nuestra clase política no va a desaparecer del día a la noche; por eso, todos debemos, desde el espacio que nos corresponda, reclamar la seriedad en el manejo de la cosa pública. Que el que quiera legar a su familia una empresa familiar lo haga iniciando un emprendimiento, y no perpetuando al Estado como sustento de su familia.


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