Año Nuevo, vida nueva... ¿qué tanto? Llega el nuevo año, hito regido por una convención a partir de la traslación de la Tierra, y los deseos de cambio no se hacen esperar. En las redes sociales, en los grupos de mensajería, en las reuniones de fin de año, el interés por transformarnos y mejorar aquellas debilidades que nos han aquejado o impedido algunos logros en 2023 ha sido patente. Y esto sucede año tras año. Todos hablamos de renovación. Pero, ¿realmente genera cambios el solo hecho de desear?

Como personas que conocemos de neurociencia y que sabemos lo complejo que resulta el funcionamiento del cerebro, algo nos hace sospechar que nuestro órgano rey tiene algo que ver y algo que decir en estas fechas. Debe necesariamente algo que nos obligue a pensar que del deseo de cambio al cambio real podría haber muchos factores de por medio e, incluso, variables extrañas, no precisamente esotéricas, sino más bien... ¡neurocientíficas! Y esto sucede, sin ir más lejos, porque el cerebro es un órgano complejísimo que depende de la interacción de muchas estructuras que interactúan y que debemos conocer en cuanto a sus funciones. Si me siguen domingo a domingo o leyeron mis libros, pueden saber que cuando se trata de deseos de cambio y metas estamos hablando de funciones ejecutivas, es decir, de la corteza prefrontal (en el caso específico en el que el deseo de mejora haya partido de un análisis y no de una reacción emocional, pues, si ese fuese el asunto, estaríamos hablando de la participación del sistema límbico que nos hace buscar recompensas y evitar castigos).

Aunque no nos vamos a detener en este artículo a nombrarlas todas. Es relevante saber que cuando nosotros nos trazamos un objetivo, bien lo hayamos consignado mediante una fórmula lingüística o a través de una representación gráfica (por ejemplo, una imagen), interviene nuestra capacidad para planificar, pero, sobre todo, nuestra habilidad de alto nivel para regularnos e inhibir aquellas respuestas automáticas, que denominamos “control inhibitorio”. Aquí reside el secreto. Justo es esta capacidad, localizada en la corteza prefrontal, estructura que envía señales ascendentes y descendentes hacia y desde el sistema límbico para regular su activación, la que nos va a permitir mantener nuestra meta inicial durante el plazo trazado y concretarla. Durante este periodo, como en la vida misma, el sistema límbico no es nuestro enemigo, es solo un conjunto de estructuras y núcleos cerebrales que ha evolucionado para defendernos de los ataques externos a través, por ejemplo, de la estrategia fight or flight, (es decir, pelea o huye) va a enviar señales de acción hacia la corteza con mucha fuerza, pues tiene un número importante de proyecciones (esto es lo que posibilita que podamos responder de forma inmediata ante algún peligro). Muchas de estas señales, si es que nuestro control inhibitorio y, con ello, nuestra autorregulación no están suficientemente desarrolladas, pueden dificultar o impedir que logremos nuestros objetivos. ¿Cuántas veces hemos iniciado el año con un conjunto de metas que no se han cristalizado?

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Si bien el cambio de año puede ser un evento cultural y social, hay aspectos neurológicos y psicológicos que pueden influir en nuestras respuestas. El cambio de año a menudo está asociado con establecer metas y propósitos. Las neurociencias sugieren que la creación de metas activa regiones específicas del cerebro, como el córtex prefrontal, relacionado con la planificación y la toma de decisiones. Establecer objetivos puede generar motivación y activar sistemas de recompensa en el cerebro, como la liberación de dopamina. Igualmente, sabemos que nuestro cerebro tiende a funcionar con base en patrones y hábitos establecidos, y el cambio de año puede representar una oportunidad para desafiar o modificar esos patrones, lo cual puede generar resistencia o estrés en algunas personas debido a la tendencia del cerebro a preferir la estabilidad.

Por su parte, las neurociencias han demostrado la capacidad del cerebro para cambiar y adaptarse a lo largo del tiempo, un fenómeno conocido como plasticidad cerebral. El inicio de un nuevo año podría ser percibido por el cerebro como una oportunidad para aprender, cambiar hábitos o adquirir nuevas habilidades. Sumado a esto, el hecho de que los cambios, incluso simbólicos como el cambio de año, pueden generar emociones como la anticipación, la emoción y, en algunos casos, la ansiedad, que hacen que zonas vinculadas a regiones cerebrales como la amígdala y la corteza prefrontal, que regulan las respuestas emocionales y cognitivas, hagan justamente eso: generar una respuesta emocional. Finalmente, la transición de un año a otro a menudo conduce a la reflexión sobre experiencias pasadas y la formación de recuerdos asociados con eventos significativos. Las neurociencias sugieren que la memoria y la reminiscencia involucran redes neuronales complejas distribuidas en varias áreas del cerebro, como el hipocampo y la corteza cerebral.

Una de las reflexiones que dispara la fecha es: ¿qué ocurre, entonces, con la mente si este “balance” sobre lo que ha pasado acaba siendo más negativo que positivo? Tenemos problemas y cuando acaba el año, y no se solucionan, entramos en una fase de autoculpabilización que puede llevar incluso a la melancolía. Estos sentimientos se conocen como síndrome de fin de año, es decir, un estado en el que la tristeza, la insatisfacción y la presión por sentirse feliz aumentan. Por ello, son frecuentes los episodios de ansiedad y depresión, con muchos miedos y posibles decepciones. Y es por eso que las tendencias a realizar actos extremos también aumentan.

En resumen, el cambio de año puede ser un momento en el que nuestras mentes y cerebros se involucren en la reflexión, la planificación y la adaptación a nuevas expectativas y desafíos. Las respuestas pueden variar de persona a persona, influenciadas por factores biológicos, psicológicos y sociales, pero en general, el cerebro humano muestra una notable capacidad para adaptarse y responder a estos momentos de cambio. Es por eso que también y como todo, el Año Nuevo es una cuestión DE LA CABEZA. Salud, queridos amigos. Por más neurociencias en 2024. ¡Nos leemos el año que viene!

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