Las historias de Navidad siempre tienen un final feliz, o al menos es una oportunidad para arrancar una sonrisa a quien sea.

Esto lo escribí hace un tiempo, pero me parece que reafirma o intenta reafirmar un poco de humanidad. Al final, si no hacemos cosas buenas, ¿qué significado tiene vivir?

Pero hablemos de historia. Fue hace mucho, mucho tiempo. No sé si la historia es como la cuentan, ni si los relatos reflejan lo que realmente sucedió. Y, sin embargo, sobrevivió al tiempo y los recuerdos.

Pero dicen que entre el 24 y el 25 de diciembre nació un revolucionario. Un hombre que iba a cambiar la visión del hombre con relación al hombre. Dicen que era un chico normal, pero más allá de las creencias, aseguran que intentó hacer del mundo un lugar mejor. Mucho mejor.

Lo llamaron Jesús y durante años dicen que fue seguido por 12 discípulos que convirtieron su vida en el primer reality del que el mundo tenga memoria. Su paso fue tan grande que traspaso las fronteras.

Aseguran quienes reseñaron su vida que enseñaba cosas tan simples como “amar al prójimo como a uno mismo” y se preguntaba, ¿no vale la vida más que la comida, y el cuerpo más que la ropa? Sus palabras eran tan simples que llegaban a todos los rincones, y su fama creció de tal manera que se convirtió en estrella mundial.

Nadie sabe si existió o no. No a ciencia cierta. Esa es una opción personal. Dicen que la fe es de cada uno, pero eso es opcional. Depende de lo que vos creas o quieras creer.

Hijo de un carpintero y un ama de casa nació en un pesebre. Esa fue la señal.

Nos sumergimos en una vorágine consumista cuando en realidad festejamos la humildad. Nos llenamos de comida mientras en la calle hay niños hambrientos y nos preocupamos por tener ropa nueva para vestir nuestra indiferencia. Ese es el mundo real.

Y aún así llegamos a la Navidad. No a la Navidad perfecta que nos cuentan desde que nacemos. Lo cierto es que el mundo sería más humano si se practicara el amor. Si dejásemos de prestarle más importancia a las apariencias que a la esencia. Y al final del día podría servirnos para reflexionar.

Nada es perfecto. Somos humanos. Así que podríamos pensarlo y hacer algo para cambiar al mundo. Quizás una sola acción que se multiplique. Que nos recuerde que las pequeñas cosas buenas nos hacen sentir bien. Algo que nos permita dejar una huella. Algo que nos alegre la Navidad.

Al final, si existió o no Jesús, lo creas o no, es secundario. Hoy podría ser Juan, Pedro, Alberto o como quieras llamarlo. Si hacés una buena acción, la comida va a ser más rica. Las cosas que te hacen sentir bien son las que no cuestan dinero y un día, al menos uno, podría cambiar el resto de tus días. ¡Feliz Navidad!

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