- POR ISMAEL CALA
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El pasado 28 de noviembre tuve el honor de ser invitado a la ceremonia de inscripción del Parque Arqueológico Nacional Tak’alik Ab’aj como un patrimonio universal de la Unesco, como parte de la tarea que esta organización lleva en el reconocimiento y preservación de lugares históricos para la humanidad, o que bien son una muestra de la evolución geológica de nuestro planeta.
Ubicado en el departamento de Retalhuleu, específicamente en la ladera volcánica del Pacífico en Guatemala, esta ciudad llegó a ser un importante centro económico para Mesoamérica durante el periodo precolombino, específicamente entre el 800 a.C. y el 1400 d.C.
Aunque se desconoce cuál era su nombre originario, Tak’alik Ab’aj significa “piedra parada” en el idioma maya k’iche’, topónimo que le fue asignado durante su descubrimiento arqueológico debido a que las esculturas, al estar aún erigidas, sobresalían las puntas de la tierra.
Considerada como cuna de la cultura maya, los investigadores aseguran que en ella se muestra una gradual transición entre los inicios de esta y el periodo tardío de los olmecas, ya que la estética de ambos pueblos puede apreciarse en toda la zona, como una muestra clara, a pesar de que no existe una filiación étnica entre ambos pueblos.
Escondida entre la vegetación que conforma la belleza geográfica guatemalteca, Tak’alik Ab’aj está compuesta por alrededor de unas 650 hectáreas que albergan unas 400 esculturas, edificaciones, además de plazas ceremoniales.
Me emociona y me llena enormemente de orgullo el saber que Guatemala haya obtenido este logro, y que sean ellos los guardianes de un tesoro tan valioso para nuestra historia como hispanoamericanos; pues, de hecho, Guatemala es el asentamiento de cuatro patrimonios mundiales: Tikal, la ciudad de Antigua, el Parque Arqueológico Ruinas de Quiriguá y, por supuesto, Tak’alik Ab’aj.
Aunque Latinoamérica sea la consecuencia de un mestizaje, somos todos hijos de un mismo corazón, de una misma sangre. Es necesario cuidar y preservar los fieles testimonios de nuestros ancestros, de nuestra memoria colectiva y que forman parte de nuestra identidad.
Como amante de la historia del arte, no puedo más que sentirme afortunado de poder haber tenido la oportunidad de visitar tan insigne lugar.
La energía que experimenté en Tak’alik Ab’aj fue vibrante, así que me permití sentir que era un momento que la vida me regalaba para desconectar y recalibrar mi espíritu.
Aunque Latinoamérica sea la consecuencia de un mestizaje, somos todos hijos de un mismo corazón, de una misma sangre. Es necesario cuidar y preservar los fieles testimonios de nuestros ancestros, de nuestra memoria colectiva y que forman parte de nuestra identidad.