- POR MARCELO PEDROZA
- Psicólogo y magíster en Educación
- mpedroza20@hotmail.com
La trascendencia se vive en los instantes. En ellos la plenitud tiene su propia manera de expresarse. Se las arregla para descubrirse y para estimular el tejido emocional que la contiene. En donde hay paz se aferra a vivir, le encanta el tiempo en que los sentidos descubren la simpleza de lo que perciben, por lo que se animan las veces que sean necesarias a impregnarse del significado de lo que sienten. Así el tránsito del reloj se mide en las experiencias cotidianas y se moviliza hacia las que desea vivenciar mientras recorre este mundo.
Para la humanidad es trascendente la vida en comunidad. En su convivir se desarrolla el caudal virtuoso que la distingue. Los placeres de la vida se aglutinan en el mundo de las relaciones, allí fluyen con entusiasmo y además se vigorizan en los intercambios. Es emocionante poder escuchar la voz del otro, es un placer único y especial, como lo es la auténtica personalidad que emite el sonido. El placer de escuchar se regocija en la interioridad de quien lo disfruta y desde ahí emana hacia el prójimo, que respira esa atención recibida.
Trasciende un encuentro cuando la palabra se sabe atendida. En el diálogo la vida es un placer. Su trascendencia emana en ese ir y venir de opiniones y criterios que se conmutan entre quienes construyen valoraciones, historias, presentes, sueños y a la par despuntan el arte de hablar con los demás. En el uso de la palabra se construye la trascendencia de la vida. Su poder es potente, enriquecedor y transformador. Es un placer darle protagonismo a la multiplicidad de palabras que representan perspectivas diferentes, que simbolizan el carácter genuino de los que las expresan.
Un compromiso, una oportunidad para trascender. Los compromisos dan razones para existir. En ellos las fortalezas personales se ponen en acción, son las que dirigen el andar y deciden el qué hacer; de ahí la relevancia de conocer las virtudes que se poseen y de utilizarlas para construir en el entorno en que se vive. La esencia de los acuerdos reside en la honestidad que reina en la asunción de los mismos. Es en ella que se manifiesta el placer de llevarlos a cabo, de materializar lo que pretenden alcanzar, de darles luz propia y, por sobre todo, de cumplir lo querido.
Los motivos para crecer pueden idearse. En ese universo de las imágenes hay un gran territorio por explorar. El placer de crear y visualizar lo que se pretende vivir es uno de los hechos sensibles más motivantes. A ese genial estado hay que acompañarlo con el ejercicio de la voluntad. Es esta la que enseña que toda trascendencia requiere de su presencia. Entonces el compromiso individual se apoya en su fuerza, como también deben hacerlo aquellos que establecen compromisos colectivos.
Para la humanidad es trascendente la vida en comunidad. En su convivir se desarrolla el caudal virtuoso que la distingue. Los placeres de la vida se aglutinan en el mundo de las relaciones, allí fluyen con entusiasmo y además se vigorizan en los intercambios.