Javier Gerardo Milei, presidente electo de la Argentina desde el pasado 19 de noviembre, el domingo que viene, ya se encontrará en el ejercicio pleno del cargo para el que fue elegido. Así será hasta el 10 de diciembre de 2027 cuando concluya su mandato. Desde entonces, en este país, se conocerá claramente qué es lo que se propone el flamante mandatario para resolver los más graves problemas argentinos. ¿Cómo lo hará? ¿Con qué respaldos políticos cuenta y obtendrá para hacerlo? Habrá que ver.
Esos dos grandes interrogantes solo podrán tener respuesta cuando la gestión avance. Para intentar dilucidarlo, sin embargo, vale refrescar algunos datos de la historia reciente que no son ni serán menores. Veamos.
La fortaleza cuantitativa del que será partido de gobierno –La Libertad Avanza (LLA)– está acotada al resultado que esa fuerza bisoña obtuvo en la primera vuelta electoral que se desarrolló aquí el domingo 22 de octubre último.
En aquella fecha el entonces candidato Milei –quien se ubicó en el segundo lugar– obtuvo 8.034.990 votos (29,99%). Sergio Massa –ministro de Economía y candidato presidencial por Unidos por la Patria, la coalición oficialista– el más votado, consiguió 9.853.492 sufragios (36,78 %). Esas dos cifras de siete dígitos son tan concretas como contundentes. Lo mismo sucede con las otras expresiones políticas que, en su conjunto, consiguieron 33,23 % de la voluntad popular.
Apoyadas sobre ellas, excluido el porcentual que acompañó al mandatario electo, Milei también concentra sobre su persona y propuestas el 77,58 % de las voces opositoras.
Así se han constituido los bloques parlamentarios que, a no dudarlo, tendrán mucho que opinar y decidir con todos y cada uno de los proyectos reformistas que vendrán. En este sentido, el mapa político de la Argentina que viene está diseñado y el nuevo equipo gobernante tendrá que gestionar con ese trazado popular al que se suele llamar “vox dei”.
El segundo turno electoral –en esta línea de pensamiento y análisis desde una perspectiva cuantitativa, insisto– es relevante, pero de ninguna manera concluyente. Milei, el triunfador, se alzó con 14.554.560 votos, en tanto que Massa cosechó 11.598.720 sufragios. De allí que pese a la significativa diferencia entre el primero y el segundo nada ha cambiado en el Congreso Nacional respecto de la primera vuelta electoral.
La Libertad Avanza dispondrá de un bloque en la Cámara de Diputados de 38 integrantes, en tanto que en la Cámara de Senadores tendrá 7 escaños propios. Magra cosecha que, sin anestesia da cuenta que frente a la opción o al descarte –enormes motivadores ambos en la previa de la segunda vuelta– el flamante oficialismo está flaco.
Así las cosas, la tarea a desarrollar por Milei y sus compañeros de ruta para la construcción de consensos será compleja porque, a la vez, demandará una muy acertada gerenciación de los disensos con aquellos sectores que de ninguna manera aceptarán algunas reformas políticas de pragmatismo intenso. La legitimidad de origen del presidente Milei desde una perspectiva cuantitativa es de baja intensidad.
El señor Milei lo sabe y por lo que se observa desde la mañana siguiente al triunfo en el balotaje, sus propuestas más extremas no ocupan –hasta este lunes– la centralidad que hasta una decena de días atrás tenían.
La tan poco como reiterada información que trasciende desde quienes trabajan en las cercanías del nuevo jefe de Estado solo se vinculan con eventuales medidas económicas que, al parecer, serán de “shock”, como él mismo lo ha dicho, en tanto que otras posibles políticas que pretendería aplicar apuntarán a evitar la “hiperinflación” y/o la “estanflación” como se denomina a los procesos de alta inflación con caída abrupta de la productividad.
Nada se escucha, por cierto, sobre la declamada derogación de la ley que habilita a abortar; ni de la libre venta y portación de armas; del cierre y eliminación del Banco Central (BCRA); de la construcción de un mercado para la compra y venta de órganos, ni de la dolarización, ni de los voucher para pagar servicios educativos que, sin embargo, aún resuenan en los oídos populares.
Todo parece indicar o sugerir que el nuevo gobierno, en el primero de los mensajes que el presidente Milei, exprese minutos después de asumir el cargo y recibir los atributos del mando serán para destacar enfáticamente que “no hay plata” –es su palabra– que la inflación no se detendrá inmediatamente; que en el primero de los trimestres de gestión se ubicará por encima del 12 % cada mes; y que, como consecuencia de esos indicadores será “necesario” –según criterios neoliberales– bajar abruptamente el gasto fiscal; privatizar empresas y servicios públicos; reducir el gasto en jubilaciones y pensiones; y/o, despedir empleados estatales. En el horizonte emergen dificultades. ¿Quién, con qué herramientas y argumentaciones en el nuevo equipo de gobierno tendrá a su cargo convencer a 67 senadores sobre un total de 74; y a 219 diputados sobre 257 para que acompañen con esas herramientas y no otras la reducción del déficit? ¿Habrá que ver?
El otro frente conflictivo para LLA, indudablemente estará en las calles. La paz social es un enorme desafío. Quienes lideran las organizaciones de trabajadores nucleados en la Confederación General del Trabajo (CGT) que masivamente acompañaron la campaña electoral de Sergio Massa, se mantienen en silencio público, aunque siguen con mucha atención de cómo evolucionan las ideas del señor Milei. Hay preocupación. “Saldremos a la calle para defender los derechos de los trabajadores”, coincidieron en advertir algunos de esos dirigentes.
Los beneficiarios de planes sociales se expresaron en el mismo sentido e incluso –con algunas marchas que recorrieron las áreas céntricas de Buenos Aires– reclamaron que esos programas de subsidios en ejecución se amplíen.
Algunas organizaciones sociales (piqueteras) informaron –sin mayores explicaciones– que entre los venideros días 19 y 20 de diciembre se movilizarán 240 horas después del inicio de la nueva administración. Los reclamos para esas fechas, sin embargo, no tienen que ver con las políticas que vienen sino con el recuerdo popular permanente que, desde la crisis de 2001, cuando el sistema político, económico y social argentino implosionó se realizan en todo el país. Por aquellos días se registraron graves disturbios en las calles con un saldo luctuoso de 35 víctimas fatales. “Pero los nuevos reclamos a lo que vendrá también serán parte de esas manifestaciones”, expresaron a este corresponsal no menos de cuatro dirigentes sociales visiblemente preocupados.
En la misma línea, cinco fuentes cercanas al gobernador de la provincia de Buenos Aires Axel Kicillof, que demandaron mantener sus identidades en reserva, aseguraron a La Nación que siguen con mucha atención “las demandas de las organizaciones piqueteras” bonaerenses que –como sucede desde no menos de 15 años– cuando se acercan las tradicionales celebraciones de Navidad y Año Nuevo “exigen en las puertas de los híper y supermercados la entrega de bolsones con alimentos para que nada falte en la mesa de los que menos tienen”.
Claramente –más allá de las expresiones vinculadas con las situaciones que se verifican en la macro y la microeconomía– lo concreto es que son muchos los interrogantes que se comenzarán a develar en los pocos días que faltan hasta que finalice 2023. Muchas preguntas todavía no tienen respuestas. Tal vez, el lunes que viene –cuando Javier Milei sea presidente en ejercicio– sepamos algo más.