- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino.
En este domingo la Iglesia nos invita a celebrar la fiesta de Cristo Rey del universo. Para ayudar a nuestra meditación, el Evangelio nos ofrece la lectura del Juicio final, donde Jesús es llamado de “Rey”.
Esta fiesta es expresión de la fe de la Iglesia en el triunfo final de Jesús y en la felicidad eterna de su reino. Pero, ¿quién participará de esta vida eterna? ¿Quiénes podrán gozar con Jesús de la maravilla de su reino?
Ciertamente participarán de la vida eterna en el reino de los cielos todos aquellos que en este mundo ya organizaron su vida a partir del Señorío de Jesucristo, esto es, aquellos que lo conocieron en este mundo y buscaron practicar su Palabra y seguir sus huellas. Aquellos que fueron consagrados a Él en el bautismo y vivieron activamente como miembros de su Iglesia. Aquellos que hicieron del amor la bandera de sus vidas, que fueron generosos en el perdón, que fueron disponibles al servicio de todos, que encontraron fuerzas en la oración, que no huyeron del compromiso, teniéndolo como modelo y ejemplo. Quien hace de Cristo su Rey en este mundo, ciertamente participará de su reino eterno.
Con todo, existen muchas personas y pueblos diversos que no conocieron a Jesús, que pertenecieron a otras religiones, que no fueron evangelizados, que vivieron en otros tiempos. ¿Qué pasará con ellos? ¿Podrán también ellos participar del reino de Cristo y gozar de la felicidad eterna? Seguramente esta pregunta se puede responder a partir del Evangelio de este domingo. Ellos serán juzgados de acuerdo al bien que hicieron a los demás, especialmente a los más necesitados.
Cuando Dios hizo al hombre ya colocó en su corazón una especial sensibilidad hacia las personas que prueban el dolor. Nosotros no conseguimos quedar indiferentes delante del sufrimiento de los demás. Es muy difícil quedar incólume cuando una persona llora delante de nosotros, o gime, o tiene heridas, o se muere de hambre. Pero tenemos dos alternativas en situaciones como estas: una es ser solidario e intentar hacer cualquier cosa para aliviar tal sufrimiento; la otra posibilidad es huir de la situación, cambiar de vereda en la calle, hablar de otras cosas, distraerse con otras imágenes, inventar justificativos, en fin, lavarse las manos.
A los que son cristianos, los que siguen a Jesucristo, se supone que solamente tienen una alternativa: ser solidarios, pues aparte de esta sensibilidad natural de todos los hombres, nosotros tenemos también otra motivación: sabemos que Jesús se identifica con los sufrientes; sabemos que todo lo que hacemos a un necesitado lo hacemos a Jesús, nuestro Rey. (Así que, en el Juicio final no podremos tener la “cara dura” de decir: “yo no sabía que eras tú, Señor”.)
Las personas que no conocieron a Jesucristo, pero que delante del dolor ajeno se hicieron solidarias, aunque por un motivo solamente humano, serán invitadas por Él a la vida eterna en el cielo.
Pero aquellas que se encerraron en su egoísmo, que huyeron de los necesitados, que se esquivaron cuando podían actuar en otro modo, Jesús no tendrá otra alternativa de confirmarles en su egoísmo, dejándoles fuera de su reino.
A los pueblos y personas no-creyentes el criterio para la salvación será tan solo la caridad, la sensibilidad hacia los hermanos más pequeñitos, el respeto de esta ley natural que nos inspira a la ayuda fraterna. Estas personas solamente allí sabrán que Jesús es el Señor y Rey del universo.
Por eso queridos(as) hermanos(as), nosotros que ya profesamos la fe cristiana, que ya sabemos que Él es nuestro Rey y Señor, debemos empeñarnos en vivir su propuesta ya en este mundo. Debemos hacer con que su reinado empiece ya en nuestras vidas.
Señor Jesús, ayúdanos a testimoniar con fuerza nuestra fe, reconociendo tu presencia en los hermanos más abandonados.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.