- Por Felipe Goroso S.
- Columnista político
Permanentemente se hace referencia a que el oficio más antiguo del mundo es la prostitución. No coincido con tal afirmación. Basta leer a los grandes oradores de la antigüedad o los historiadores de estos para saber que nuestra vieja amiga la política tiene mucho más tiempo desarrollándose en nuestro planeta. Muchísimo antes de la Grecia o Roma usualmente nombradas. Probablemente, cuando los cavernícolas tuvieron que dirimir a garrotazos o a puño limpio por saber quién lideraba la horda, se estaban esbozando las primeras contiendas políticas. Desde ese tiempo hasta el día de hoy los políticos han sido foco de las más furibundas críticas. Han pasado un poco más de 2.500.000 años. Es un montón.
Un ejercicio ciertamente revelador para entender de qué trata la política es observar los habituales cuestionamientos que se le hace. Los mismos nos permiten ver la percepción que tenemos de todo aquello que hacen y a la par lo que dejan de hacer. Hay un conjunto de críticas que dejan traslucir una supuesta incompetencia de los políticos. Es altamente probable que la acidez en la crítica tenga pertinencia en muchos de los casos. Ahora bien, ¿alguna vez han hecho el ejercicio de invertir la ecuación? ¿Por qué los políticos nos resultan personas especialmente incompetentes? ¿Qué tipo de actividad es para que quienes se dedican a ella nos parezcan inevitablemente poco preparados y, a la par, cuando se presenta con profesionalidad nos genere sospechas? Un asunto que no se da en ningún otro oficio.
La principal razón de este menosprecio está íntimamente vinculada con un hecho que preferimos no incluir en el análisis y las críticas: las sociedades democráticas encomiendan a sus ecosistemas políticos la gestión de sus problemas más complejos. Las quejas que hacemos como ciudadanos cuando decimos que los políticos discuten demasiado parece olvidar que lo que está en discusión no se resuelve con fórmulas matemáticas o a través de un Excel. La política concentra en sí misma una mayor incertidumbre y antagonismo que en ninguna otra esfera de la vida social.
La política debe su contingencia a que es una actividad en la que se toman decisiones que tiene mucho de apuestas, de olfato, de arrojo, valentía y, porque no, de coraje. Obviamente, hay muchos aspectos técnicos y periciales sin los cuales no se podrían tomar las decisiones correctas si no están precedidas de un trabajo de estudio y asesoramiento técnico. Pero el caracú de la política viene luego de que los técnicos y los burócratas han hecho su trabajo. En ese momento hacen su fulgurante aparición la visión política, la apuesta y el vértigo que inevitablemente la acompaña. La especificidad de la política se expone una vez que los expertos y burócratas han hablado. Cuando los datos con los que se cuentan no determinan completamente lo que debe hacerse, los mismos son incompletos o llegarán cuando ya sea demasiado tarde.
La política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, no es una ciencia exacta. Se trabaja con emociones y con una invaluable dosis de apuesta, de incertidumbre y obviamente el talento de soportar, lidiar e incluso usar la crítica a favor.