- Por Felipe Goroso S.
- Columnista político
La Real Academia Española define a la paradoja como un hecho o expresión aparentemente contrario a la lógica. El empleo de expresiones o frases que encierran una aparente contradicción entre sí. En una definición más dice, y atención a esto: “Lo contrario a la opinión común”. Una paradoja (del latín paradoxa, “lo contrario a la opinión común”) o antilogía es una idea lógicamente contradictoria u opuesta a lo que se considera verdadero a la opinión general. En la retórica es una figura de pensamiento que consiste en emplear expresiones o frases que implican contradicción. Las paradojas son estímulo para la reflexión y a menudo los filósofos se sirven de ellas para revelar la complejidad de la realidad. La paradoja también permite demostrar las limitaciones de la comprensión humana; la identificación de paradojas basadas en conceptos que a simple vista parecen sencillos y razonables ha impulsado importantes avances en la ciencia, la filosofía y las matemáticas.
Basta leer un poco la historia política del Paraguay para darse cuenta de que está repleta de ejemplos y momentos (algunos más extensos e intensos que otros) de disensos. En todo ese tiempo, una amplia mayoría de protagonistas, los políticos, han tenido como única función arrojar más y más leña al fuego. Este fenómeno no es nuevo ni mucho menos, por el contrario, lleva siglos. Los paraguayos hemos tenido más periodos de crisis internas, revoluciones fratricidas y en gran medida a eso debemos nuestros números en lo que hacen al desarrollo. A pesar de los egocentrismos políticos, hemos crecido en áreas como la economía, el campo y la infraestructura, pero aun estamos lejos de nuestro potencial óptimo como nación. Todo ese camino que nos falta, todo lo que precisamos seguir creciendo y expandiendo a todas las áreas de la sociedad, es eso lo que está en juego.
La administración del presidente Santiago Peña ha comprendido que la construcción de consensos es la piedra fundamental para construir ese desarrollo. Avanzar en áreas que son en exceso sensibles socialmente hablando y que a la par son funciones indelegables del Estado como educación, salud y seguridad se hace cuesta arriba si hace a puertas cerradas y sin la generación de permanentes espacios de diálogo. Con todos, incluso con aquellos que no siempre son escuchados ni visualizados. La heterogeneidad de la población que se funda a sí misma la obliga a repetirse una y otra vez buscando nuevos procesos y su refundación y adecuación a nuevos tiempos. Es una buena forma de transmitir el meta mensaje y hacer énfasis en la necesidad de arribar a acuerdos por un periodo razonable, lo cual implica suponer que las cosas no son fijas, ni indiscutibles, algo que los más enardecidos de uno y otro lado tendrán dificultades de reconocer y que están haciendo un vano esfuerzo en enmarcar dentro de conceptos como “reculadas”.
Eso sí, la tarea para nada será fácil, hay sectores que por suerte son los mínimos que ven con malos ojos el dialogo y la construcción de consensos porque anteponen sus egoísmos antes que el desarrollo y el bienestar de las familias paraguayas. En ese sector hay que incluir a algunos integrantes del ecosistema de medios de comunicación. El otro motivo por el cual rechazan y tirotean a los consensos es porque saben que si la administración actual logra obtener resultados en las áreas mencionadas, mejorar unos puntos, es casi un hecho indiscutible que en 2028 la misma línea política sea revalidada por el voto popular. Por ese mismo motivo también los altera tanto y torpedean sobre la unidad entre el Gobierno y el Partido Colorado.
Hacer foco en los puntos de consenso, dejando de lado aquellos sobre los que puede haber incluso un válido disenso, pero que hace más de 200 años son el grillete que nos impide dar pasos firmes hacia la libertad y el desarrollo. Una administración que dialoga, que consensúa, que suma adeptos a sus ejes de trabajo y agenda es sin duda algo a lo que no estamos acostumbrados los paraguayos. Aquí radica la paradoja de los acuerdos. No será fácil, pero el objetivo bien vale la pena. Después de todo, de eso se trata nuestra vieja amiga la política: esa mala palabra que empieza con p y termina con a.