- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
No es precisamente la coherencia el plato fuerte de la clase política. Ni de algunos medios de comunicación. O, incluso, de la mayoría. La dignidad se ha extraviado en los paralelos de la impudicia. El discurso acomodado a las circunstancias y la conducta sometida al oportunismo degradan a los hombres al servilismo más abyecto. De la crítica más temeraria, sin rubor alguno, cruzan la línea hacia el halago empalagoso y obsecuente. De los salivazos más denigrantes a los empeñosos lengüetazos que reemplazan al betún. Se apela a la extendida creencia de que nuestro pueblo carece de memoria para saltar de posiciones, no por imperio de la razón argumentativa, sino por conveniencias económicas y el compulsivo afán de lucrar con los recursos del Estado. El cargo solo es un pretexto para los ingresos colaterales. Se acostumbraron a acumular espurios privilegios desde la impunidad del poder. El mínimo atisbo de decoro se diluye en la fangosa correntada del cinismo y la desfachatez. Encerrados en la burbuja de la autocomplacencia, minimizan y hasta desprecian el juicio ético de la ciudadanía. Incapaces de construir su propio pensamiento, se visten del traje de una falsa intelectualidad repitiendo dos o tres frases de ajena procedencia. Y sin la honestidad de mencionar la fuente. Ni una discreta creatividad. Ni la más modesta originalidad. Y en el paroxismo de un lenguaje esquizofrénico disparan los más soeces agravios, producto de una incontinencia verbal que desnuda sus miserias.
Durante el régimen de Alfredo Stroessner abundaron los personajes que merecidamente se ganaron la burla social por sus excéntricas expresiones, incluyendo al propio dictador, y que ocuparon un privilegiado espacio en el álbum de la antología del disparate. Y muchos de ellos se ganaron sobrenombres (o marcantes) que coincidían con el tono gris de una personalidad disipada en la ignorancia y la estupidez. Aunque, hay que decirlo, una peligrosa estupidez que podía desencadenar trágicas consecuencias. Con la llegada de la democracia, en su periodo de transición, algunos protagonistas reataron el hilo de la historia con frases dignas de figurar en la marquesina de las mentes “luminosas”. Y en los últimos meses se ha sumado a la troupe de “celebridades” el expresidente de la República Nicanor Duarte Frutos. Así, por ejemplo, no hace mucho declaraba a un medio de comunicación que “los agravios en política prescriben al tercer mes” y que “en el coloradismo la memoria se borra rápidamente”. Dos locuciones armadas a su hechura y conveniencia. Muy cómodas para el que agravió, pero no creo que sean tan fáciles de digerir para el agraviado. Y cuando se enteró de que se había ordenado una auditoría externa en la Entidad Binacional Yacyretá, la cual manejó como su despensa familiar (fue un verdadero mascarón de proa de la corrupción), lanzó su didáctica sentencia de que “no se deben hostilizar las denuncias entre colorados”, porque –y ahí la expresión que pasará a la posteridad– “en política, el más limpio tiene mugre”. Y, en este caso específico, según las primeras sospechas, la “mugre” rondaría varios millones de dólares que se esfumaron en un sinuoso camino trazado con fibras ópticas.
El actual presidente de la República, Santiago Peña, y el titular de la Junta de Gobierno del Partido Colorado, Horacio Cartes, fueron los blancos exclusivos de sus injurias, aunque ya deberían estar prescriptas según la antojadiza concepción política de Nicanor. Con el último de los nombrados se reunió días atrás, cuya conducción partidaria llenó de elogios. De paso, se encargó de devaluar al movimiento interno dentro del cual militaba hasta hace poco, afirmando que “no hay disidencia interna”. Con esto corroboraba lo que ya había expuesto semanas atrás: que Fuerza Republicana carece de liderazgo. Por lo que veo, uno de los primeros roedores del erario en abandonar el barco fue, precisamente, Duarte Frutos.
Para su desgracia, la del “mariscal de la derrota”, no todos somos olvidadizos dentro del Partido Nacional Republicano. Es más, es su memoria histórica la que facilita su proyección y vigencia. Ahora se abrazó con el hombre que era “un peligro para la democracia” y que pondría en riesgo “el futuro de nuestros hijos” porque “ellos (los cartistas) financian el terrorismo internacional”. Y el movimiento Honor Colorado, que estaba pasando por “sus horas más oscuras”, de repente, no tiene adversario que “pueda disputarle su hegemonía interna”. En cada discurso se encargó de difundir como “verdad revelada” el “informe de la Secretaría de Prevención de Lavado de Dinero o Bienes (Seprelad)”, que tenía un doble propósito: fulminar políticamente al actual presidente de la ANR y destruirlo económicamente. Pero qué importa ya. Total, según él, “los agravios prescriben a los tres meses”. ¿Hubo, previamente, reconocimiento de pecados y sincero arrepentimiento? No, para nada. La soberbia no admite semejante debilidad.
Este es el mismo Nicanor Duarte Frutos que aseguraba que “Horacio parecía un loro borracho que estaba recitando su amargura por la pérdida del poder. No se le puede exponer a un expresidente en un escenario cuando no tiene la estabilidad suficiente”. Es hora de que Duarte Frutos ponga en práctica sus propios consejos. O que alguien le cuide.
Con Duarte Frutos hay una fatal predicción de inevitable cumplimiento. Para él, la traición solo es cuestión de tiempo. A su larga cadena de víctimas ahora añadió a Mario Abdo Benítez. Y conste que el exmandatario fue advertido. Buen provecho.