- Por Ricardo Rivas
- Corresponsal en Argentina
- X: @RtrivasRivas
Sergio Tomás Massa (51), de Juntos por la Patria (JxP), y Javier Gerardo Milei (53), de La Libertad Avanza (LLA), dirimirán en una segunda vuelta electoral el próximo 19 de noviembre quién será, finalmente, el presidente que desde el 10 de diciembre venidero habrá de ocupar el despacho principal de la Casa Rosada, sede del Gobierno Federal argentino.
Massa obtuvo 36,68 por ciento de los votos emitidos, en tanto que Milei consiguió el 29,98 por ciento. Fueron los dos más votados, pero ninguno de ellos superó el 45 por ciento de los sufragios, como lo prescribe la ley para ser declarado triunfador. En ese contexto, la contienda electoral acotada que se desarrollará dentro de 25 días será para dirimir quién ganará, legitimarlo y otorgarle mayor densidad política a quien resulte ganador.
Hasta aquí lo que todos saben y conocen, pero pese a ello, la nueva lucha por el poder que se incuba en la Argentina está centrada en el impacto que los resultados de los comicios tienen al interior de las dos principales coaliciones de poder en este país.
Claramente, Massa triunfó con el apoyo contundente de los principales sindicatos obreros que convergen en la Confederación General del Trabajo/CGT –especialmente la Unión Obrera de la Construcción, Sanidad, trabajadores estatales, por mencionar algunos–, pero con muy mezquino apoyo público del kirchnerismo y escasa cooperación del peronismo no kirchnerista. De hecho, Massa, con el Justicialismo unificado detrás de su candidatura, respecto de 2019, perdió cerca de 3,5 millones de votos. “Sergio no le debe nada a nadie (…) todo lo hizo solo”, dijo enfáticamente a La Nación un grupo de allegados al ministro de Economía, quienes pidieron que sus identidades no fueran reveladas. Solo las derrotas tienen múltiples paternidades.
No obstante, el triunfo y reelección del gobernador bonaerense Axel Kicillof, quien alcanzó el 45 por ciento de los votos, resulta ser un impulso muy grande para que Massa se alzara –hasta ahora– con la victoria. Pese a ello, tanto Axel como Sergio, a la hora de los tradicionales discursos que después del éxito expresaron frente a sus seguidores, aparecieron solo acompañados por las personas más cercanas.
Massa se presentó sin los K y Kicillof lo hizo sin ningún massista ni el ganador presidencial, a pesar de que el ministro del Interior en ejercicio, Eduardo de Pedro, de indudable e innegable estirpe K, es el jefe de campaña del oficialista elegido. ¿Qué pasará? Habrá que esperar. Esta etapa recién comienza a delinearse.
Detrás de Massa y Milei se ubicaron Patricia Bullrich, Juntos por el Cambio (JxC), 23,83 por ciento; Juan Schiaretti, Hacemos por Nuestro País (HxNP), 6,78 por ciento; y, por último, Myriam Bregman, Frente de Izquierda y de los Trabajadores-Unidad, 2,70 por ciento.
Los datos precedentes, especialmente los que explican el comportamiento electoral de Bullrich, también abren paso a otra interrogante acerca del futuro y evolución de esa coalición derrotada, integrada por la Unión Cívica Radical (UCR), peronistas no kirchneristas y militantes de Propuesta Republicana (PRO), el partido que fundara el expresidente Mauricio Macri.
Pero más allá de quiénes ganaron o perdieron, el diseño político primario de la Argentina que viene se consolidó el domingo último porque con esa primera vuelta electoral la ciudadanía construyó el nuevo mapa parlamentario en el que –con los números provisorios del escrutinio reportados oficialmente– ninguna de las fuerzas políticas tendrá cuórum propio para imponer nada.
Todos y todas deberán conversar para acordar o no con todos y todas. Tendrán que coconstruir mayorías para alcanzar acuerdos que satisfagan las demandas y necesidades de cada sector.
En lo que tiene que ver con los resultados comiciales provinciales, hay que resaltar que en la Argentina futura si Sergio Massa fuera elegido presidente, sobre un total de 24 provincias, tendrá gobernadores aliados en Buenos Aires, Catamarca, Formosa, La Pampa, La Rioja, Tucumán, Salta y Tierra del Fuego. Un total de ocho.
En Jujuy, San Juan, San Luis, Mendoza, Chubut, Corrientes, Santa Fe, Chaco y muy probablemente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) –nueve estados provinciales– los gobernadores pertenecerán a JxC. Mientras que en Córdoba habrá en la gobernación un representante del frente HxNP; y, en las patagónicas Santa Cruz y Río Negro, en cada una de ellas, los ejecutivos responderán respectivamente a dos partidos provinciales.
Los sucesivos actos electorales que se concretaron durante los últimos meses en todo el país, por su parte, dan cuenta que si del balotaje emergiera triunfador el señor Milei, ninguna provincia será gobernada por alguna fuerza aliada con el líder libertario que también dispondrá de una muy reducida representación legislativa.
Tal vez por ese cuadro de la situación política es que en la noche del domingo tanto Massa como Milei expresaron llamados a sus opositores para alcanzar acuerdos con el objetivo de llegar con holgura y mayores posibilidades al balotaje que disputarán entre ellos.
Claramente Milei apuntó hacia quienes votaron a Bullrich mientras que Massa fue más abierto aún e hizo foco en los radicales a los que los invitó a sumarse a su eventual “gobierno de unidad nacional”.
Además, Argentina se acerca al momento de barajar y dar de nuevo para la conformación de nuevos espacios de poder cuando se cumplen 40 años desde la caída de la última dictadura cívico-militar (1976-1983).
Algunas figuras políticas trascendentes hasta pocos días atrás aparecen después de la noche del pasado domingo con pocas chances para mantenerse de pie. Tanto por los resultados electorales como por sus comportamientos políticos poco claros.
El presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández, cuyos mandatos concluirán el 10 de diciembre que viene, desde muchas semanas se ausentaron del espacio público. No se hablan. Incluso Cristina, después de emitir su voto, requerida por los medios puntualizó que este no es su gobierno y destacó que “la responsabilidad es del presidente”. Agregó después que su obligación es la de “estar en el Senado” y se quejó porque en los cuatro años pasados “hablé, pero no me escucharon”.
Macri, por su parte, en cada una de sus apariciones públicas en los últimos meses intervino duramente y con espíritu rupturista hacia la interna de JxC. Aparecía como el gran impugnador de cada movimiento constructivo que intentaban tanto Horacio Rodríguez Larreta como en algunos otros casos Patricia Bullrich. Más aún, ambos, cuando faltaban horas para que se iniciara la movida electoral, increparon duramente al exmandatario para que dejara de “coquetear” con Milei y le exigieron “transparencia” en su conducta.
A los tres, gran parte de las dirigencias tienen reproches para expresarles. Pero esas quejas deberán esperar hasta pasada la medianoche del próximo 19 de noviembre cuando se conozca –después del balotaje– quién es el nuevo presidente argentino.
Hasta entonces, algunos y algunas continuarán rumiando la bronca y un trío cuyos miembros rechazan la idea del retiro “porque ya entraron en la historia de este país”, como lo afirman ellos mismos con frecuencia entre sus allegados, solo parece que tomaron la decisión de prolongar sus agonías. Más tarde que temprano deberán comprender que les sonó la campana del que fue el último round.