- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
Tenía razón el doctor Luis María Argaña cuando afirmaba que “no se puede conducir un país mirando en el espejo retrovisor”. Sobre todo, si lo que quedó atrás impide afianzarnos en el futuro. Sin embargo, esa definición no implica olvidar lo que merece memoria. Porque no se puede construir un presente prometedor sobre los escombros de la corrupción que nos dejaron los que se fueron. Los que se fueron es un decir, porque mucha resaca continúa al acecho de este Gobierno.
La impunidad, ya lo dijimos, es la llaga que perfora la piel de la democracia. Esa es una rémora que no hay que ignorar ni despreciar, pues podría constituirse en un pesado obstáculo para materializar lo por venir. Es decir, cristalizar el sueño de que, en primer lugar, cada paraguayo vuelva a comer tres veces al día como proclamó el presidente de la República, y que hoy no ocurre en miles de hogares a razón de la herencia maldita que nos ha dejado la administración de Mario Abdo Benítez y sus secuaces de insaciables cleptómanos.
Celebro la actitud de perdón de algunas autoridades, pero esa disposición espiritual no debe colisionar con la responsabilidad que demanda la investidura para denunciar la corrupción dentro de su jurisdicción y competencia, con un severo y ejemplar castigo a los responsables de perpetrarla. Eso, reitero, no significa vivir en el ayer, sino, por el contrario, es un modo de proyectar la paz social mediante el camino de la justicia. Y la paz social es el fundamento de cualquier proyecto de desarrollo humano y crecimiento económico en condiciones de inclusión y equidad.
La mejor contribución que puede aportar la ciudadanía, en su ya largo trayecto de consagración como tal, para la concreción de sus ideales de bienestar colectivo (cultural y material) es involucrarse en política. Permanecer indiferente o alejado de esta envolvente actividad humana, porque es “tramposa” y “sucia”, sería perpetuar un error que históricamente ha favorecido a una minoría de privilegiados que se aprovechan del poder. De ahí la infame ecuación que solía denunciar Juan Pablo II como el rostro execrable del neoliberalismo: “Los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres”. “La política –escribe Carlos Floria en su clásico ‘La Argentina posible’– es una dimensión constitutiva del hombre. De modo que no puedo proponerme no tener comportamiento político o ser apolítico, porque de alguna forma esa es una posición política”. Y acudiendo a lo nuestro, fue el republicano Ignacio A. Pane quien, a inicios del siglo XX, anunciaba que “no meterse en política es la política de la peor especie”, en su famosa conferencia a los trabajadores aquel 31 de diciembre de 1916, para, luego, rematar contundente: “El triunfo de la causa obrera no es posible sin hacer política”. Es coincidente también con lo expresado por Fernando Savater en su obra “El valor de elegir”: “La política no siempre es ni mucho menos buena, pero su minimización o desprestigio resulta invariablemente peor”.
No concebimos la historia como un factor que pueda anclarnos en el tiempo y envenenar nuestra existencia. Menos como justificación del presente y pretexto para escapar del futuro, como solía repetir el sociólogo Domingo Rivarola. La aceptamos, sí, como escuela para evitar reincidir en los errores que perturban nuestra cotidianidad. Para Nietzsche, “el ejercicio de la memoria histórica es un obstáculo para el ejercicio de la vida”. No lo creo así. Es nuestra memoria histórica la que nos permite aprender lo que fuimos, entender lo que somos y diseñar lo que queremos ser. Ese ejercicio dialéctico representa esa tensión permanente entre pasado, presente y futuro como síntesis de la cultura, es decir, entre memoria, identidad y utopías (Gerardo Fogel). La misión de un gobernante en un país como el nuestro tiene doble sentido: por un lado, ejecutar acciones programáticas para que todos “puedan estar mejor” y, por el otro, despojarse de los lastres de la corrupción, sin soterrar los crímenes anteriores en contra de los recursos del Estado. Estos escandalosos robos al pueblo deben ser investigados y denunciados en el periodo más corto posible, antes de que queden sepultados por los viejos desafíos que tardarán en resolverse y los nuevos conflictos que son inherentes al poder.
A propósito de la memoria, me viene al recuerdo una frase con que finalizaba la rendición de cuentas del entonces ministro de Hacienda, Dionisio Borda: “El presente es el resultado de las decisiones tomadas en el pasado; el futuro será el resultado de las decisiones que tomemos en el presente”. La elección es, aparentemente, sencilla. Uno decide cómo quiere ser recordado. Es todo por hoy. Buen provecho.