- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
O la edad ya conspira en contra en el momento de redactar (poner en orden) según las reglas de oro del viejo Vivaldi: exactitud, concisión y claridad, o realmente existe una legión (no los idiotas de Umberto Eco) de fanatizados iconoclastas que decodifican los signos de acuerdo con sus inquinas, odios o ideología. Interpretan los mensajes con una estructura mental previamente moldeada.
Desde ese cautiverio intelectual le otorgan a cada lectura la distorsionada orientación que más se ajusta a sus causas o emociones. Y lo exponen sin ningún cargo de conciencia porque disfrutan de sus mentiras y maldades. Al parecer, la agresión al otro les hace sentir importantes y superiores a los demás. De nada sirven los argumentos ni las razones. Pretenden leer más allá de la literalidad de los textos sin más herramientas que la miopía de la mala fe. Sin ninguna intención de un serio y válido análisis de contenido. Ambicionan, especialmente en las redes sociales, que la bilis disparada desde el teclado tenga la potencia perforadora del ácido. Es admisible, por tanto, sospechar que se regodean en su propia perversidad.
El dilema que se plantea es sencillo: o perdí la capacidad de hacerme entender con claridad (ni siquiera hablo de la originalidad, que también incluye Martín Vivaldi para la buena redacción) o aumentó la presencia de personas que leen como quieren y manipulan deliberadamente todo lo que pueden. Sin olvidar, naturalmente, lo declarado por el ministro de Educación y Ciencias de que “ocho de cada diez jóvenes que terminan sus estudios no comprenden lo que leen”. Pero ubiquémonos en contexto.
La razón de este artículo es para tratar de descifrar la airada reacción de varios usuarios de “X” después de un posteo del pasado domingo 17 diciembre, sentado en un banco donde descansan los parientes de los internados en el Instituto Nacional del Cáncer (Incan). A las siete de la mañana, aproximadamente, se acerca un grupo de jóvenes para ofrecerme cocido y chipa. Y uno de ellos me pregunta si me puede dejar un folleto bíblico. Acepté lo último, porque “no solo de pan vive el hombre”. Si no fuera por mi natural curiosidad, no sabría a qué iglesia pertenecen ni de qué ciudad venían.
No estaban verbalizando propaganda alguna (en su acepción clásica de ganar adeptos políticos o prosélitos religiosos), sino cumpliendo rigurosamente lo que su fe les ordenaba desde la Palabra de Dios: “‘Estuve enfermo y me visitaron (…)’. Entonces los justos le preguntarán: ‘¿Cuándo te vimos enfermo y te visitamos? (…)’. Y el Rey les responderá: ‘De cierto les digo que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos más pequeños, por mí lo hicieron” (Mateo 25: 36-40. Versión Reina-Valera). De mi parte, no estaba, consecuentemente, “romantizando” el hecho, como me acusó alguien, ni pretendían los jóvenes “reclutar a personas emocionalmente vulnerables”, como criticaron otros y otras. A una, que en su perfil se identifica como “monserrata”, hasta le pareció “repugnante”. ¡Ah!, y la conversión, por cierto, no es a una iglesia o a una confesión religiosa, sino a Cristo.
El mensaje era muy simple, pero, por lo visto, no tan fácil de comprender: “Domingo a las 7:00. Incan. Jóvenes cristianos de Areguá repartiendo cocido, chipa y folletos bíblicos a los familiares de los pacientes. ¡Hay esperanza!”. Muchos me injuriaron por la última frase. Por supuesto que “con cocido, chipas y folletos no se enfrenta el cáncer”, como me respondió un médico. Pero, para quienes estamos sentados en ese banco, incluso una sonrisa extraña es siempre bien recibida. Como cuando el Cid, sin moneda alguna en su escarcela, le ofreció al leproso “la desnuda limosna de mi mano”. Y la estrechó.
La esperanza que proyectan estos muchachos es que mañana podrían trasformar esta injusta y egoísta sociedad que padecemos. Porque, a esa misma hora, otros de su misma edad recién estaban regresando a sus casas a dormir. Pero, también, es justo decirlo: hubo gente que defendió y aplaudió la actividad altruista de estos jóvenes. Creo que, en el fondo, para muchos, la prédica de la tolerancia para aceptarnos en nuestras diferencias no incluye a las creencias. Buen provecho.