- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
La mayoría de los medios y periodistas está exponiendo la corrupción como una entidad autónoma. Que puede ser abstraída, separada, aislada de sus responsables. Algo así como una ameba parasitaria, pero sin nombre ni rostro. Como si fuera un organismo vivo que no precisa de las inescrupulosas manos del hombre para su depredadora gestación. El latrocinio, de esta manera, pasa a configurar un hecho concreto, pero anónimo. Al menos así lo presenta la prensa que fue consecuente (y obsecuente) aliada del gobierno más corrupto e inútil de las últimas décadas.
Las tapas de los diarios amigos denuncian las monumentales irregularidades que dañan el patrimonio del Estado en grandes titulares, con la salvedad de que ni por aproximación señalan la correspondencia con el expresidente de la República Mario Abdo Benítez, cuando debería estar nominado para todas las categorías de los premios destinados al arte de apropiarse de los recursos del Tesoro. Él y todo su círculo de delincuentes seriales y reiterativos en la comisión de los mismos crímenes: enriquecimiento ilícito, riquezas malhabidas y espurias fortunas.
Pero no, buscan culpables hasta en autoridades que entregaron el poder en el 2018, olvidándose convenientemente de esos cinco años de saqueo inmisericorde, hasta hoy impune, a los bienes públicos. La única conclusión posible es que con esta desmemoria deliberada están pretendiendo exonerar a Marito de sus crímenes de lesa patria: lucró y jugó con la vida de miles de humildes familias cuando el covid-19 acechaba con su miasma de luto y muerte. Para estas inmundas lacras de la sociedad, ni perdón ni olvido. El pueblo tiene derecho a conocer a sus verdugos, aunque algunas corporaciones mediáticas hagan su mejor esfuerzo para que ello no ocurra. La sabiduría del Eclesiastés nos enseña que todo tiene su tiempo.
El escándalo sísmico que sacude al Instituto de Previsión Social (IPS) tiene la marca del gobierno anterior. Las monstruosas deudas a los proveedores del Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social, del Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones, y del Ministerio del Interior tienen cédula de identidad registrada. Mientras se priorizaba interesadamente la construcción de rutas (con asfalto vendido por la empresa de Marito), la infraestructura escolar estaba en condiciones de derrumbe. Tampoco había medicamentos en los hospitales, menos que menos para los enfermos oncológicos, cuyos familiares sufrían el doble vía crucis de la impotencia y la desesperación, ante la insensible mirada de un gobierno ausente de sus obligaciones.
Esta estrategia de presentar la corrupción en ropas fantasmales tiene el avieso propósito de borrar los límites temporales entre el delito y sus ejecutores. De tanto martillar, esta repudiable herencia de robos y asaltos al erario pretenderá transformarse en una onerosa cuan injusta carga sobre las espaldas del nuevo gobierno. La frase de Rousseau tiene certera vigencia: “Por más grosera que sea una mentira, señores, no teman, no dejen de calumniar. Aun después de que el acusado la haya desmentido, ya se habrá hecho la llaga, y aunque sane, siempre quedará la cicatriz”.
El presidente de la República, Santiago Peña, aún no tiene un rasguño que pueda producirle una marca. Pero debe apurarse. La campaña para dejar impune a Mario Abdo Benítez no tendrá pausas. Mientras, paralelamente, intentarán, sin considerar los medios, embarrar su gobierno. A los informes presentados por la Contraloría General de la República debe sumar las investigaciones de la Auditoría General del Poder Ejecutivo, que ya tendría que estar en el terreno de los ministerios y secretarías más sospechados de corrupción. Sin que ello sea un impedimento para que cada ministro, secretario ejecutivo y director de binacionales proceda a su propia auditoría de gestión. El que así no lo hiciera es porque desea continuar con los vicios de sus predecesores.
En Itaipú Binacional, por ejemplo, quedó pendiente un concurso demostradamente amañado para privilegiar a hijos, hermanas, novias, cuñadas y demás deudos de altos empleados de la entidad. Así como adjudicaciones direccionadas en el uso de los fondos sociales, beneficiando a parientes cercanos, y cuyo responsable, una vez descubierto el desleal procedimiento, solo fue apartado del cargo. Nunca fue sumariado. En cuanto a la Entidad Binacional Yacyretá, su exdirector Nicanor Duarte Frutos la manejó más discrecionalmente que su moderna quinta de Atyrá (producto del sudor del pueblo), porque ahí, por lo menos, habría algunas reglas mínimas que respetar.
Yacyretá, en contrapartida, fue un costoso burdel. Los documentos que nos acercaron causan espanto y náuseas al mismo tiempo. Por ejemplo, en el Día de San Valentín no tuvo mejor idea que regalarle su nombramiento a una señorita de Ayolas. La resolución era ad referéndum del Comité Ejecutivo que se reunía días después. Pero el tiempo apremiaba. Había que cumplir con el calendario. Para ratificar su afecto “filial” a esta dama –siempre pienso de buena fe– logró que su hermana fuera contratada en la Compañía Paraguaya de Comunicaciones (Copaco).
En compensación, Duarte Frutos nombró en Yacyretá a la hija del entonces presidente de esta institución. Todo está fielmente comprobado. Por los mismos andariveles transitaron dos buenos para nada: Armín Diez Pérez y Alejandro Takahashi, quienes consiguieron meteóricos ascensos a sus protegidas. Al parecer, estas damas del ancien régime (no confundir con régimen de ancianos) ya fueron recicladas por los nuevos jefes. Pero Nicanor compensó sus cíclicos extravíos y engrosó la nómina de la EBY con una decena de parientes y personas cercanas de su esposa, María Gloria Penayo Solaeche, así como la excompañera de colegio de su hija y el cuñado de uno de sus hijos; en este último caso, el clientelismo ocurrió al otro lado del río, en la margen izquierda. Concedió millonarios contratos en dólares al primo de su yerno (incluyendo alquiler de vehículos) y hasta al yerno de su mozo.
También están las empresas de maletín proveedoras de víveres, los negociados con los pozos artesianos y la exclusividad en la fabricación de pupitres y sillas a cargo de una antigua amiga de Caaguazú. Sin una pizca de morbosidad, aquí está la verdad desnuda. Y este hombre quiere dictar cátedras de política, ética y coloradismo. En las antípodas, pero en las antípodas. En Yacyretá la corrupción tiene rostro, nombre y cómplices, aunque la prensa complaciente se empecine en ocultarlos. La verdad, tarde o temprano, siempre sale a luz. Paciencia es mi segundo nombre. Buen provecho.